Vivimos en una sociedad tan hedonista que todo tiene tiempo de caducidad. Si bien la muerte significa finitud, quienes tenemos fe sabemos que sólo es un principio, y éste es el punto crucial por el que se ha desviado la sociedad: el haber alejado a Dios y a Sus Verdades de la vida. Por ello, todos, incluyendo los seres queridos, son cosificados para saciar los meros placeres individualistas; somos utilizados por la mundanidad y desechados cuando ya no damos placer o beneficios.
Cada vez hay más aborto porque no se quiere asumir una responsabilidad o porque el bebé “arruina proyectos”, o simplemente porque no se lo desea; cada vez hay más geriátricos porque no hay ni tiempo ni ganas de cuidar a los ancianos que alguna vez lo acunaron o le cambiaron los pañales a uno mismo; la eugenesia es divulgada como una opción misericordiosa; cada vez hay más divorcios porque no se está dispuesto al sacrificio por el otro; y cada vez hay más infidelidad, la cual es considerada una expresión de libertad, el derecho que tiene uno de estar con quien quiera o de hacer lo que quiera a costa del sufrimiento de, inclusive, la gente que “se ama”.
Vivimos en la falta de amor y caridad, donde amar se ha convertido en un acto heroico. Hubiese, tiempo atrás, resultado increíble que el amor pudiera ser considerado una revolución; sin embargo, quienes aman hoy nadan contra corriente.
Es tal la naturalización de este egoísmo deshumanizante que suele plantearse como hipócrita a todo aquél que verdaderamente respete la dignidad humana, por creer que es utópico que un hombre y una mujer puedan hacer una promesa de compromiso basada en el amor, complementándose y respetándose para siempre sin caer en un aborto, infidelidad o separación. Quien quiere formar una familia sana y las personas con valores cristianos en sí, no sólo son irreales para esta nueva generación, sino que también son “fóbicos”, “antiderechos” y hasta “criminales de odio” porque entre sus palabras y acciones hay coherencia, por promover dicha coherencia y por combatir el libertinaje que atenta contra el bien común.
Estamos ante una generación insaciable e insatisfecha que siempre quiere más sin dar absolutamente nada; que está en desacuerdo consigo misma, que es ingrata y codicia lo ajeno; que no sabe valorarse como merece ser valorada, dejándose arrastrar por la correntada para mendigar pertenencia y aceptación social, renunciando a sus propias convicciones. Son esclavos del ego.
Quien no tiene su vida anclada en Cristo, quien no está convencido ni ha hecho propias Sus Palabras, corre riesgo de ser arrastrado por esta corriente hacia un abismo repleto de intereses destructivos que desembocan en el relativismo moral, sistematizando atrocidades como el aborto o la ideología de género, lo cual demuestra el poco valor que se le otorga a la propia vida.
Fuimos creados para amar y nada puede alejarnos del amor de Dios; el desafío es no dejarse seducir por estas falsas corrientes ideológicas, sino por lo contrario, dar testimonio de nuestra fe apartándonos de este hedonismo, cultivando el amor por el prójimo y la Verdadera Misericordia. Como decía Juan Pablo II apoyándose en San Pablo, “Hay que derrotar el mal haciendo el Bien.”, y soportando con paciencia todo ataque. Dios nunca nos dejará solos. Pero aún, quienes queremos sembrar la semilla de un futuro digno, debemos cuidarnos de la tibieza. No hay peor violencia contra uno mismo que la tibieza, porque implica renunciar al bien y traicionar a las propias convicciones por cobardía y sumisión al miedo impuesto por la corriente que nos quiere ahogar.
No reduzcamos nuestras vidas al conformismo; confiemos en La Providencia. El amor es nuestra meta.
Belu Lombardi