Cuando se escucha –no por oír sin más, sino prestando atención porque se siente algún tipo de necesidad- a los sabios que nos han precedido, todos coinciden en lo mismo: apágate para el mundo y comienza por tu vida. En apariencia, puro y estricto individualismo, y así se recibe muchas veces. Nada más lejos de la realidad. Lo que subyace realmente es céntrate en la vida, en la vida que tienes y que, en definitiva y muy radicalmente, sabemos a ciencia cierta que no nos la hemos dado a nosotros mismos e intuimos, cuando nos cuestionamos y queremos ser sinceros al mismo tiempo, que no es simplemente para nosotros mismos.
Ningún místico cristiano consolidado, que haya pasado por la tradición de los años y que podamos leer en el siglo XXI, nos invita a nada distinto en principio, que los endiosados maestros de la autoayuda: Empieza por ti mismo, cuídate, busca tu tiempo, conócete. Y sin embargo, usando las mismas palabras, hablan de algo bien distinto. Unos se conforman con que la persona “esté bien”, equilibrada entre tensiones, acomodada en última instancia a sus circunstancias. Otros, los más antiguos y sin duda los más sabios conservados en la historia, lo que proponen es busca en ti mismo la raíz que de ti no procede, que no puedes explicar, que te aboca y abre al Misterio. Los grandes místicos empiezan por la persona para romper su finitud y contingencia, sus ajetreos diarios, y que sea capaz de preguntarse directamente por la Vida que son y que está llamada a desplegarse. ¿Por qué yo y no más bien la nada? ¿Qué hago aquí, en mitad de “mi” mundo? ¿Qué puedo aportar y qué seré capaz de aportar, sin que se lo lleve el tiempo? ¿Cuándo tomaré esto en serio, cuándo daré el primer paso definitivo?
Muchas preguntas, todas nacidas de lo mismo: la persona que comienza a vivir su propia subjetividad, no como una vida aislada sino como Vida Abierta, que se abre al otro sin límite. Todas nacidas como obligación de no distraerse de sí mismo, porque esa vida que comienza por verse nos provoca el agradecimiento hacia los demás, el arrepentimiento por lo no hecho, el sufrimiento por lo que han provocado…
Mirarse a sí mismo es imposible. Es una cárcel. Vivir para sí mismo es pura contradicción que niega todo lo demás. La vida que es capaz de mirar quien se mira a sí mismo, en el fondo termina en la oración, en la súplica, en la petición o el perdón.
Por eso la gran primera recomendación de los místicos: para, apaga todo lo que intenta atraparte, frena y mira, interroga de dónde y para qué… Sobre todo, para qué…
Josefer Juan