Hay una de las Bienaventuranzas que resume lo que deberían ser nuestras aspiraciones: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados. Es una de las bienaventuranzas claves en la enseñanza de Jesús.
Para poder comprender en toda su profundidad lo que aquí proclama El Señor hay que reflexionar sobre el concepto de justicia. En la Sagrada Escritura justicia equivale a santidad. A José se le denomina: el Justo. Por consiguiente el verdadero enunciado de la Bienaventuranza podría ser: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de santidad.
Este es un gran desafío. Un reto que, como acaba de señalar el Papa Francisco es para todos: Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales.