Como he dicho en anteriores posts siguiendo la propuesta de José Noriega (El Destino del Eros), la tarea del noviazgo es verificar el amor: en síntesis, que hemos descubierto y vamos en pos de la misma verdad y que tenemos o hemos adquirido las virtudes mínimas para hacerla realidad.
Pero, ¿cuál es la tarea del amor? ¿Para qué nos prepara el noviazgo?
Una de las grandes dificultades de cualquier relación, que no es de hoy pero se ha acentuado en estos tiempos, es el compromiso. Llega un momento en que la incertidumbre propia de lo provisional no basta y se busca una cierta seguridad. Pero el compromiso para toda la vida, que es el propio del amor con mayúsculas, asusta, da vértigo. Siempre lo ha dado, no nos vamos a engañar.
El vértigo surge sobre todo porque nos da miedo no ser capaces de amar de verdad. ¿Quién puede asegurar un amor infalible? Nadie. Porque el amor no consiste en no fallar nunca sino en volver a empezar siempre. No acabamos de creer que la decisión de amar incondicionalmente y para siempre nos fortalecerá y capacitará para hacerlo, y es precisamente esta indecisión la que nos acaba paralizando y debilitando en el amor. Y, claro, al no ser capaces de tomar la decisión determinadamente, no alcanzamos el grado de virtud que nos permitiría amar a fondo, sin retorno.
También surge el vértigo por esa mirada egocéntrica que no acaba de abandonarnos y nos hace dudar acerca de la persona a la que amamos. ¿Será “ella/él”? ¿No habrá alguien mejor? ¿Y si me equivoco? Dudas que afloran porque, en el fondo, nuestro amor está vuelto a nosotros mismos y nos preocupa más nuestro bienestar y realización personal que el de la persona amada. Tampoco aquí nos acabamos de creer que el olvido de sí característico del amor auténtico conduce a la felicidad, cuya puerta, como afirmaba Kierkegaard, se abre siempre hacia afuera, hacia los otros, no hacia uno mismo.
El amor tiene, desde luego, como casi todo en el ser humano, su parte de misterio que hay que respetar, pero pienso que entender bien cuál es la tarea principal del amor ayuda no poco a fortalecerlo y a dar ese salto en el vacío que nos sumergirá en un nuevo horizonte de auténtica libertad con la persona amada.
Yo diría que la tarea del amor (por lo menos del matrimonial, que es del que estoy hablando) se puede expresar así: ayudarte a ser la mejor persona posible con la que compartir la mejor vida imaginable.
- El fin: que la persona amada sea todo lo que está llamada a ser.
- El medio: que yo sea para ella todo lo que estoy llamado/a a ser.
- El resultado: que los dos crezcamos juntos y también juntos logremos todo lo que estamos llamados a alcanzar.
Ante una perspectiva como esta, tras la decisión de amar para siempre, el vértigo se transforma en gozo, en liberación y en certeza mucho antes de lo que uno piensa. Es como saltar en paracaídas: vencido el miedo a saltar, el paracaídas se abre y uno disfruta de la sensación de libertad y grandeza que da volar… con la seguridad, en el caso del amor, de que él, ella estará siempre a nuestro lado. ¿Y cómo lo sé? ¡Porque me lo ha ha dicho! ¡Se ha lanzado conmigo a una vida nueva sin querer volver la vista atrás ni mirar hacia otro lado!
Después, habrá que actualizar diariamente ese compromiso, pero esto será ya objeto de otro post.
Javier Vidal-Quadras Trías de Bes
Publicado en el blog Familiarmente