En el lenguaje teológico se entiende por pureza a la virtud de estar “limpio” ante los mandatos de Dios. Esta “limpieza” hace alusión a la ausencia de pecado que, por definición, es: la ausencia de Dios. La pureza es, entonces, la transparencia nítida y plena de la huella de Dios en nosotros y su práctica es fielmente una correlación con lo sagrado.
Cada vez parece más complicado practicar esta virtud entre las muchas ofertas vagas que desvalorizan al ser humano. Pero, ante todo, debemos recordar su trascendencia. La misma Biblia nos lo dice: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).
¿Te imaginas el magnánimo momento en el que podamos ver directamente a Dios? Sería, verdaderamente, el mejor de toda nuestra existencia.
Pero, ¿quiénes son aquellos que mantienen un corazón puro? La respuesta es sencilla, son quienes han logrado (y realmente es un gran logro) ajustar su inteligencia y voluntad a las exigencias de santidad en el orden de Dios. Esto basándose, principalmente, en cuatro dominios: la caridad, la castidad, el amor a la Verdad y la ortodoxia de la fe. Así es que se define un vínculo claro entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la misma fe.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) hace una profunda reflexión al respecto:
2519 A los “limpios de corazón” se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él. La pureza de corazón es el preámbulo de esta visión. Ya desde ahora, esta pureza concede ver según Dios, recibir al otro como un “prójimo”; nos permite considerar el cuerpo humano, nuestro y del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina.
Es cierto que, lamentablemente, la impureza recubre el ambiente y es una imposición contra la que debemos luchar. En específico, la lucha por la tentación de la carne resulta en una contienda compleja entre la visión espiritual y la que el mundo nos muestra.
Sólo de la mano de Dios es que podremos alcanzar un corazón puro que nos permita ser templo del Espíritu Santo. Pero, como en todo, también debemos poner nuestro esfuerzo y determinación para lograrlo. Por eso, te compartimos cinco consejos prácticos que nos ayudarán a desarrollar esta virtud en nuestro día a día:
- Purifica tu pensamiento: en mi país, México, decimos comúnmente que nuestra mente es – la loca de la casa – y, ¡con mucha razón! Es a través de nuestros pensamientos que llegamos a fantasear o desarrollar deseos que van en contra de un perfil auténtico cristiano. Así que, ¡cuidado! Rompe con pensamientos que te alejen de tu aspiración por un corazón puro y distráete. Aprovecha para hablar con Dios, ofrécele tu lucha.
- Practica la pureza de intención que consiste en buscar el fin verdadero del hombre, manteniendo como firme meta el encontrar y realizar la Voluntad de Dios para nosotros.
- Purifica la mirada. Al ver a un hermano o hermana, aprende a verlo como hijo de Dios. ¡Que somos todos! El pecado no está en la mirada, sino en el deseo, así que mantente atento.
- Practica la castidad. La pureza exige el pudor que preserva la intimidad de la persona, ordenando sus acciones en conformidad con el respeto a la dignidad de los demás. La castidad y el pudor protegen el amor verdadero, invitan a la donación completa y al compromiso definitivo entre el hombre y la mujer. La invitación es a optar por un estilo de vida modesto, que resista a la presión de modas e ideologías de actualidad.
- Purifica tu corazón. Para lograrlo dependeremos de la oración, la castidad y la pureza de intención y mirada, en paquete. Purificar tu corazón implica alejarte y rechazar todo aquello que hiera tu pureza. Esto es una cuestión personal de decisión y constante lucha, pero con Dios de la mano todo es posible.
La pureza del corazón nos alcanzará un día el poder ver a Dios, pero, desde ahora, nos da la capacidad de ver todo bajo el propósito para el cual Dios lo creó. Es evidente que la sociedad actual ha olvidado esta promesa, incluso muchos católicos lo han hecho. Pero, debemos tener presente que la pureza es fielmente un puente hacia Dios. La templanza, la moderación y una sabia elección, nos ayudarán a perseguir un deseo de profunda santidad. Las tentaciones siempre estarán presentes, pero con la gracia de Dios podremos combatirlas, muchos santos son vivo ejemplo de ello.
Para terminar, te aconsejo leer la historia de San Agustín, un santo que llevo una vida bastante alejada de la pureza, hasta que puso su mirada (y su vida) al servicio de Dios. La puedes encontrar aquí.
Oro por ti,
Myriam Ponce