Si hay algo que caracteriza ésta nuestra generación, y alguna otra antes de la nuestra, es la atmósfera de modernismo en que vivimos envueltos, pero ¿Qué implica el modernismo? Parece ser que tenemos asumido, por alguna regla no escrita, que ser moderno implica romper y rechazar, sin razón alguna necesaria, con todo lo que sea susceptible de etiquetarse como «antiguo».
Rechazar cualquier idea sin mediar razonamiento, sólo por ser moderno, ya que vivimos en tiempos modernos, aunque no se sepa exactamente en qué creer, cualquier cosa vale con tal de ser modernos; éste es el diagnóstico general de muchas vidas actuales y, sin hacer excepciones, es una atmósfera que respiramos todos y algo que se nos puede pegar.
Y así vidas enteras sumidas en un vacío existencial que consume desde el interior, corazones desapasionados por falta de sueños, la desconfianza y la autocomplacencia como seguro de vida y la obsesión por experiencias que transporten la vida a otra dimensión porque la dimensión real resulta tan insatisfactoria que es casi inhóspita; vidas que escapan de sí mismas porque nada tienen ni nada ofrecen y he ahí que la solución parece estar fuera.
llegados a este punto se me viene el pasaje Ap. 3,20: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo…». pero… ¿cómo escucharemos tal llamada si nunca estamos «en casa»? Y esta es nuestra crisis, la crisis de los tiempos modernos, tiempos en los que vivimos el silencio en la calidez de nuestros auriculares mientras Él sigue en la puerta.
Mr. Paul Senn