Me llamo Carlota, tengo 22 años y soy la cuarta de 5 hermanos. Acabo de graduarme en Enfermería en la Universidad de Navarra y este 11 de agosto ingreso en el Instituto religioso de Iesu Communio. Después de 6 años de discernimiento, de idas y venidas, al fin mi corazón descansa en Él. Y es una realidad que, cuando el corazón descansa en el Señor, su paz lo inunda por completo. Y esto es lo que quiero compartir con vosotros. Una historia repleta de pequeños “si” a todo lo que iba aconteciendo y que formaba parte del plan de Dios conmigo, y que han hecho posible este gran “si” y los que vendrán, llenándome de esa inmensa paz y alegría.
Gracias a Dios, en mi familia se nos ha dado a todos el don de la fe. Es eso, un don, un regalo, que mis padres han tratado de que conserváramos y cuidáramos. Nos llevaron a un colegio de Fomento donde me enseñaron a tenerle presente en el estudio y en todos los momentos del día, a tratarlo como a un amigo. Siempre he sido lo que se puede considerar “una niña buena” y con mucha devoción y cariño hacia la Virgen María y al Niño. Muchas veces, después de comer, cuando no estaba en el patio haciendo trastadas con mis amigas, me escapaba al oratorio para leer libros de los Santos. Y, cuando nadie me veía y el oratorio del colegio estaba vacío, iba a la escultura de nuestra Virgen y me quedaba abrazada a ella, dándoles besos también a Jesusito. Y así fueron mis años de niñez y adolescencia. Iba a misa todos los domingos con mi familia y a veces entre semana, daba catequesis en mi parroquia además de ser monitora de mis chicos, hacía deporte, planes con mis amigos, voluntariado, etc. Se puede decir que he tenido una infancia muy feliz y se me ha cuidado mucho. Ahora puedo decir que Dios me ha conservado como a una perla preciosa, manteniendo esa pureza de corazón, como la de un niño.
En el verano de 4 de la ESO el Papa Francisco convocó un encuentro con los jóvenes en Río de Janeiro. Mi parroquia organizaba el viaje para acudir a él y participar en esos días en los que se hace patente la unidad de la Iglesia desde todas partes del mundo. Jamás pensé que el NO ir a esa JMJ de 2013 fuera a cambiar mi vida.
No quería aceptar la negativa de mis padres a participar en dicho encuentro, ni trataba de entender los argumentos que me daban. No entendía el porqué de una decisión tan firme, si se trataba de un plan de jóvenes cristianos, donde iban a acudir millones para escuchar al Papa y profesar su fe. Pero muchas veces nos empeñamos en que se cumplan nuestros planes, pero Sus planes conmigo iban a ser muy distintos.
Uno de esos días, en el patio del colegio, una compañera me explicó su plan de verano que consistía en subir los picos de Europa y terminar con una peregrinación la Virgen de Covadonga con una parroquia de Madrid. Fue a través de ella y gracias a ella que yo también acudí, sin conocer a nadie más que a ella, nos lanzamos a la aventura como nunca antes había hecho.
Fue un antes y un después en mi vida, sobretodo en mi relación con Dios. Yo lo llamo «mi reconversión», un encuentro muy fuerte con el Señor, donde me hizo sentirme infinitamente amada y perdonada por Él. Esa peregrinación afianzó mi fe y mi trato con Dios, más personal y cercano. En ese preciso momento quise decirle que SÍ a segurile por propia voluntad. No porqué en mi casa se me hubiera educado en la fe, sino porque quería seguirle, decir Sí a Sus planes conmigo, fuera cual fuere. Darle un cheque en blanco y que Él hiciese. Desde entonces empecé a intuir que Dios me pedía algo relacionado con el darle a conocer. Que la gente pudiera tener ese encuentro que yo había tenido con Él, que experimentara esa mirada amorosísima. Las dos vocaciones que me venían a la cabeza eran: la vida consagrada siendo monja misionera e irme a África, o casarme e irme de misión con mi familia. Todo rondaba alrededor de África y la misión (en mis planes claro).
Después de ese encuentro, empecé a asistir a la Santa Misa todos los días para volver a encontrarme con Él. Se me dio el don de vivirla casi como si estuviera allí, junto a Él y en cada consagración siendo participe de ese sufrimiento, aumentando así mi deseo de permanecer junto a Él. Y así pasaron muchos años. Primero el bachillerato y después la universidad. Estas dos etapas fueron claves en mi discernimiento vocacional.
Al principio pensé que Dios me llamaba a seguir los mismos pasos que Madre Teresa de Calcuta, ahora Santa. Empecé a ir por los comedores en Barcelona y a leerme sus libros. Me fascinaba su vida y su capacidad de entrega total. Esos dos años pasaron muy deprisa y pronto tuve que elegir una carrera, y quería una que me fuera útil en la misión.
La visión que yo tenía de la misión era de gente sufriendo física y espiritualmente, al igual que el Señor Crucificado. Ese momento de la Pasión siempre me ha marcado y quería ser como su Madre y permanecer a los pies de esa cruz. Ayudarle a llevar esa cruz o simplemente acompañarle. Podía ver una gran similitud en la carrera de Enfermería. Podía estar a los pies de la cama del paciente en los momentos de sufrimiento y acompañarles en su dolor.
Enseguida me vi sumergida en el mundo universitario. Conocer gente nueva, muchas actividades y voluntariados a los que poder apuntarse, trabajar a la vez que estudiaba, unirme a un equipo de baloncesto de universitarios, etc. Quería hacer todo y apuntarme a todo, y así fue. Llené mí día a día con compromisos y actividades que me hacían llegar a la cama exhausta. Cuanto más hacía, más realizada me sentía. Parecía una carrera loca dentro de mí, que hacía que viviera las cosas superficialmente. Y eso no daba cabida a tener momentos de paz y tranquilidad, aun sabiendo que Dios habla en el silencio.
Este testimonio tan bonito de Carlota, por ser muy largo, os lo vamos a ofrecer en tres días sucesivos. Mañana continúa a la misma hora.