Después de muchos años de matrimonio, vivido cristianamente, me encuentro en esta situación con varios hijos, también educados cristianamente y con una separación que no esperaba. Con seguridad había cosas mal hechas para desembocar en esta situación pero siempre se puede partir de cero y volver a empezar. Trabajando la situación con un sacerdote y un COF (Centro de orientación familiar) que tenemos en las Diócesis. Esto no ocurrió, el matrimonio son dos personas y si una de ellas no quiere no funciona.
Dios mío ¿Qué hago ahora? El primer sentimiento es desgarrador y de mucha soledad, es un sentimiento natural. La pregunta no es por qué, porque la situación ya está. La pregunta es para qué permite Dios esta situación y tampoco hay que buscar la respuesta.
La respuesta es confianza en Dios, que es nuestro Padre. Si estamos con Dios no nos falta nada, es más tenemos lo mejor, lo tenemos todo. Descansar nuestros problemas en Él, nos protege como a hijos pequeños. Tenemos la seguridad que cuando estamos agotados nos lleva en sus brazos y nos guía en todo.
Esa realidad se hace tan patente cuando tus hijos te preguntan cosas, casi siempre a destiempo y en los momentos más inesperados y tienes una respuesta, es más te sorprenden tus propias palabras, sabiendo que no son tuyas, que el Espíritu Santo te ha guiado. Pidiéndole también que ponga las personas oportunas en sus vidas para que les ayuden, un sacerdote, un profesor…
Cuando, no sabes cómo, pero el tiempo y a veces el dinero se estira para llegar a fin de mes. Cuando sabes que su padre está ausente y que le echan mucho de menos, y ese miedo se convirtió en tranquilidad cuando San José, nuestro Padre y Señor, con una suavidad maravillosa, entró en mi casa y en mi familia para protegernos, seguro que ya estaba pero probablemente yo no era muy consciente. Le encomiendo a mis hijos, tienen en él la mejor figura paterna. Por las noches sentir que San José vela nuestros sueños ¡y puedes dormir! Porque San José nos cuida, es el cabeza de familia como en Nazareth.
Y qué decir de los brazos tiernos de Nuestra Madre, que te abrazan cuándo más lo necesitas, como cualquier madre, cómo lo hago yo con mis hijos. Cuando alguno de los pequeños no puede con la situación y no la entiende, Madre mía protégeles, protégenos. Protege nuestras almas, nuestras vidas cristinas, que con tu ayuda seamos fieles a la vocación que Dios tiene para cada uno de nosotros.
En mi caso Señor, ayúdame en mi fidelidad en mi matrimonio, a ese compromiso que delante Dios contraje con mi marido y al que quiero seguir siendo fiel porque ese es mi camino de fidelidad a Dios, para toda la vida hasta que la muerte nos separe, aunque no estemos juntos por diferentes motivos. Es mi compromiso y fidelidad con Dios cada día, en la Eucaristía. Dios me espera ahí. Rezando cada día por mi marido, que lo sigue siendo.
No es fácil, pero viviendo cada instante, en los brazos de Dios, se puede. A veces sientes que no puedes con las cosas y dices: Señor hoy tira Tú que yo no puedo y Él te lleva. Mi familia ha pasado a vivir en la casa de Nazareth.