Cuando llegan estas fechas y vislumbramos el tiempo estival, a todos se nos acelera el pulso pensando en las vacaciones. Probablemente has acabado agotado de los exámenes finales del curso o quizá de tus tareas ordinarias, quién sabe. Lo cierto, me figuro, es que estás deseando de descansar o de cambiar la rutina del estudio o trabajo; que ansías tomarte ese tiempo tan atractivo como merecido de las vacaciones. También supongo que te gustará trasladarte a un lugar típico de vacaciones: montaña, playa, pueblo, … Todo ello es justo y necesario. Sí, soy de los que piensan que las vacaciones no son tiempo de “vagancia” sino de enriquecimiento personal, familiar y de amigos. Con toda seguridad, el trabajo o el estudio te habrán “robado” mucho tiempo, hurtándote esos momentos valiosos de familia o amigos. Se avecina un tiempo privilegiado para tratar más a la familia, para visitar a esos amigos que no ves desde hace meses, para pasear, para leer ese libro que no pudiste durante el año, para darte un baño en la piscina, el río o la playa. A fin de cuentas, todo ese darte repercute en ti, si lo que haces desde Dios, es bueno, generoso, humano y cristiano.
Desafortunadamente muchos cristianos piensan que el tiempo de vacaciones es un momento de disfrute sin Dios. ¡Como si eso fuera posible! Es común encontrarte con buenos cristianos que se dejan seducir por ese afán desenfrenado de un verano carente de Dios; más aún, los hay que buscan huir de la realidad, como si ésta fuera una losa que los aplasta o una carga insoportable que les impide avanzar en el camino de la vida. Muchos buscan una distracción que les haga olvidarse de quiénes son y refugiarse en un mundo únicamente real en lo virtual. Eso es de cobardes e inmaduros que no saben de dónde vienen ni a dónde van. Quieren bucear sin oxígeno, y eso dura poco, pues, o vuelves pronto a la superficie o acabas ahogado. Ya dije antes que las vacaciones son justas y necesarias, pero unas vacaciones, permitidme la expresión, “como Dios manda”. Sí, solamente unas vacaciones en la presencia de Dios son las que pueden incrementar tus capacidades de relación con los demás, haciendo de lo más insignificante un momento dichoso; pues cuando Dios está en medio, tratar con alguien se convierte en santidad.
Me gustaría proponerte unas claves para que tu tiempo de vacaciones sea más rico en sano disfrute, más de Dios, pues te aseguro que vivir el verano cristianamente te devolverá a lo cotidiano con el alma y el cuerpo en estado de felicidad, y no con la tristeza -como muchos- de regresar a la “dura fatiga de la vida”.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28) El Señor sostiene nuestra vida en tiempo de estudio o trabajo y también durante las vacaciones; por eso, cuando pases junto a una iglesia, entra y visita al Señor. Para nosotros los cristianos, el arte y la belleza de las iglesias son un canto de alabanza a Dios, por eso saluda a Jesús, permanece un rato en oración junto al Sagrario y únete a ese canto. De esta forma te enriqueces del Señor y das testimonio de fe ante muchos turistas que, quién sabe, a lo mejor se preguntan cosas, y viéndote rezar encuentran la respuesta de ¿por quién y para quién tanto arte?
Un buen libro de espiritualidad te puede ayudar a mantener la “sintonía” con Dios. Es verdad, mucha gente se lleva un libro a las vacaciones, buscan novelas de suspense, románticas o de acción, para esos momentos tranquilos junto al lago, en el parque, en la arena de la playa o, simplemente, para los ratos en la habitación. Yo te propongo que este verano leas un libro que pueda ayudarte a ahondar en la fe. Sin ánimo de publicidad, te sugiero uno que a mí me ayudó: La cena del Cordero. La Misa, el cielo en la tierra de Scott Hahn.
A propósito del libro sugerido, la Misa dominical es fundamental para vivir sana y sántamente las vacaciones veraniegas. En ocasiones, cuando estamos de vacaciones nos despistamos de los horarios de Misas a los que estamos acostumbrados. Cuando llegues a tu destino de descanso, infórmate cuanto antes de las horas en las que se celebra la Eucaristía, así puedes organizarte con comodidad para participar de ese cielo en la tierra y darle plenitud al descanso dominical. Es más, llega un rato antes de la celebración, prepárate interiormente mientras comienza la Misa, y si fuera necesario, reconcíliate con el Señor a través de la confesión.
El sacramento de la Reconciliación nos devuelve a la comunión con Dios y con los hermanos. Qué buena oportunidad es el tiempo de vacaciones para afianzar los lazos familiares y de amigos. A veces, los ajetreos de la vida ordinaria nos llevan a descuidar el trato y la cercanía con nuestros seres queridos, alejándonos de ellos. No podemos permitirnos la torpeza de hacer del verano un tiempo de más distancia de los que amamos. En vacaciones gozamos de la oportunidad de poder pasar más tiempo con ellos y disfrutar -y que disfruten- de la grandeza y hermosura de querernos. Efectivamente, algo muy importe nos enseñó el Señor, un mandamiento nuevo: “amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12) El amor no sólo hay que sentirlo sino que hay que demostrarlo, y una formidable manera de vivirlo entre nosotros es echando largos y serenos ratos de conversación, risas, paseos, baños, etcétera; y si se diera el caso, de perdón y reconciliación.
No quiero cansarte, pero permíteme que te recuerde una cosa: tener vacaciones es un privilegio que no todos tienen. Que no sea, pues, este tiempo veraniego un desperdicio de gracia, sino al contrario, un tiempo de agradecimiento sincero y responsable, un descanso para crecer en amor al Señor y a los demás. Graba en tu mente y corazón esta frase que un día le escuché a alguien: Dios no me cansa, sino que me descansa. Pues eso. Feliz verano.
Antonio Manuel Álvarez Becerra
Sacerdote