Hola soy Cristina, tengo 25 años y vivo en El Salvador. Soy la menor de tres hermanos y tengo una familia maravillosa en la que desde pequeña me han inculcado la fe y el amor hacia Dios y la Virgen María.
Estudié en un colegio católico desde mis 12 años, donde tenía la facilidad y la bendición de poder ir a misa, visitar al santísimo y confesarse todos los días. Sin embargo, han sido mis padres los que desde pequeña me han enseñado el amor hacia Dios y la Virgen María. Ellos me enseñaron los valores y virtudes que me han convertido en la mujer que soy en la actualidad.
Al salir del colegio y graduarme, tengo que aceptar que mi fe ha tenido altos y bajos. ¿A qué me refiero con eso? Dios nos ha puesto muchísimas batallas como familia para que así lo aceptemos en nuestro corazón y con sinceridad nos acerquemos a Él.
Antes de hablar sobre eso debo de mencionar un acontecimiento importante en mi vida. A finales del 2016 tuve mi primer ruptura amorosa, fue bastante difícil asimilarla y bastante dolorosa. El primer amor siempre cuesta olvidarlo y en mi caso, esa ruptura marcó mi vida.
Considero que estaba un poco inmadura y a través de mis ojos miraba el mundo muy diferente a como lo veo hoy. Tome una actitud en la cual Dios no estaba presente en mi vida, iba a misa de domingo con mi familia pero en mi interior no estaba presente, no me importaba nada más que salir de fiesta y tratar de “ olvidar” a mi ex novio como diera lugar.
Pasaron los meses y en mayo del 2017, Dios me puso la prueba más grande y dolorosa con la que he tenido que lidiar. Mi madre es diabética y empezó a presentar efectos secundarios por su enfermedad. Perdió la vista de un ojo y a raíz de eso le hicieron un examen en la cabeza en el que le descubrieron un aneurisma que es una dilatación de un vaso sanguíneo en el cerebro. Que si explotaba, podía ocurrir un triste desenlace y había que operarla ( lo cual también es riesgoso con el cuadro clínico que presenta mi mamá por su diabetes).
Se acercaba mi cumpleaños y estaba finalizando la universidad. Mi regalo de cumpleaños y de graduación fue esa noticia que marcó mi vida por completo.
En medio de la felicidad en la que estaba finalizando mi carrera universitaria, por dentro mi corazón estaba roto en mil pedazos por ver a mi mamá asustada y con mucho miedo por su diagnóstico que no era nada favorable. Yo tenía que mantenerme tranquila y demostrarle fortaleza.
Mi mamá ha sido siempre la mujer más importante en mi vida y yo no podía entender porque Dios nos había puesto esa prueba. Me hacía la pregunta: ¿Por qué a mi mamá? Si mi mamá es la mujer más buena, noble y siempre ha sido alguien intachable.
Acompañé a mi mamá a su cita con el neurocirujano y dijo que había que esperar seis meses para ver si el aneurisma se hacía más grande. De ser así, había que operarla. Por el momento mi mamá tenía que estar tranquila, sin alteraciones y sin ningún tipo de enojos. Obviamente mis días de fiesta se terminaron, porque ahora mi prioridad era ver a mi mamá bien, cuidar de ella y ser su apoyo incondicional.
Mi fe seguía en el limbo y me costó muchísimo asimilar la situación. Me sentía completamente sola, me alejé de muchas personas que apreciaba y lo más triste estaba lejos de Dios. Llegó una persona a mi vida que me ayudó de cierta manera acercarme a Dios, hoy no está en mi vida pero siempre le estaré agradecida porque en su momento sé que estuvo para mi cuando necesite de su apoyo.
Dios pasó de un segundo plano a ser lo primero en mi vida y comprendí que era el único que podía ayudar a mi familia en estos momentos difíciles. También comprendí, que lo más importante en una situación difícil es mantenerse unidos como familia y apoyarse entre sí. A pesar que mi hermana mayor vivía en Barcelona y solo estábamos mi hermano y yo en El Salvador. La distancia no fue un obstáculo para mantenernos unidos como la familia que somos.
Cuando acompañamos a la siguiente cita del médico a mi mamá, a los seis meses. ¡OCURRIÓ UN MILAGRO! El médico dijo que el aneurisma había desaparecido. Recuerdo ese día como uno de los mejores en mi vida, con lágrimas en los ojos y con mucha alegría dábamos gracias a Dios porque él nunca nos abandonó.
¡DIOS ES BUENO!
Y aunque las pruebas en nuestra familia siguen, porque la diabetes es una enfermedad que trae efectos secundarios, hoy tengo claro que Dios me mandó un gran mensaje: cuidar de mis padres así como ellos han cuidado de mi desde pequeña y es precisamente lo que he hecho todo este tiempo. Valoren a sus padres y siempre cuiden de ellos, porque no saben cuanto tiempo los tendrán en su vida.
Muchas veces pensamos que Dios nos pone pruebas difíciles y que estamos solos. Pero Él nunca nos abandona. Dios le pone las mayores dificultades a sus mejores guerreros.
Dios nos tiene que mandar pruebas para que confirmemos nuestra fe y nos demos cuenta que él es lo más importante en nuestras vidas. Cuando tienes a Dios en tu corazón, lo tienes todo.
Cristina Callejas