Hoy tenemos la suerte de entrevistar a Alejandro Ruiz-Mateos. Alejandro está ya en 6º curso del seminario y muy cerca de poder recibir la ordenación diaconal.
Alejandro, tu vienes de una familia cristiana, educado en un colegio cristiano y sin embargo tiene que pasar mucho tiempo para que descubras la llamada ¿Cómo fue tu proceso vocacional?
Si tuviera de definirlo de alguna manera, diría que mi proceso fue muy largo. Para que te hagas una idea de las ganas que tenía de ser sacerdote, tardé diez años en decidirme…y no sólo eso, sino que estando ya en el seminario poco me ha faltado, en alguna ocasión, para tirar la toalla. Ha sido un proceso largo, cansado, duro en momentos, pero espectacular en definitiva. Y lo mejor está por llegar.
Efectivamente, gracias a Dios he recibido la Fe desde pequeño en mi numerosa familia y en el colegio Retamar. Ahora bien, llega un momento en la vida, en la que uno tiene que pasar de vivir “la fe de sus padres” a vivir “su fe”. Quiero decir, que en un momento determinado la fe debe pasar de algo sólo cultural, a fruto de un verdadero encuentro con Jesucristo. Si no tienes un encuentro con Cristo Resucitado que te quiere y tiene una misión para ti, es más difícil perseverar en la vida cristiana, porque ésta se convertirá en “preceptos” a cumplir.
Durante muchos años de mi vida he vivido esa fe cultural, de ir a Misa porque toca. En mi parroquia de origen, Santa María de Caná, o vas con mucho de tiempo de antelación o no consigues aparcar y te quedas sin Misa. Pues yo, sabiendo esto, muchas veces salía de casa con el tiempo justo y pensaba “si Dios quiere que vaya a Misa encontraré aparcamiento”. Esto te da una idea de mi nivelazo espiritual… No basta con ir a Misa, hay que vivirla.
Junto con esta Fe tan tibia, aunque gracias a Dios nunca me separé del todo de la Iglesia, se juntaba que tenía una vida muy cómoda. Estudié la carrera de Derecho, tenía un trabajo que me encantaba en una agencia de publicidad y marketing, por lo que tenía mi sueldo y además vivía tan feliz en casa de mis padres.
Todo cambió el 3 de mayo del 2003. Tenía yo 23 años. San Juan Pablo II nos había reunido a miles de jóvenes en Cuatro Vientos…todos sabíamos que venía a España a despedirse. En un momento del encuentro, el Papa, que moriría dos años después, gritó con gran fuerza: “si sientes las llamada de Dios que dice, sígueme, no la acalles”, eso captó mi atención. Acto seguido contó su testimonio. 56 años de sacerdote. Y nos aseguró, con potencia: “al echar la mirada atrás, y repasar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo”. Estas palabras proclamadas por un anciano y enfermo Papa, que sufrió el horror de la guerra, de perder a su madre siendo niño, la persecución del comunismo, un atentado que no acabó con su vida de milagro…..se me clavaron en lo más profunda del alma. VALE LA PENA.
Esta llamada tan potente que me hizo el Señor en ese momento…sirvió para sembrar la semilla de la vocación…pero que tardó 10 años en crecer. Así es. El fin de semana siguiente, con mis amigos de fiesta, todo aquello de Cuatro Vientos estaba olvidado. Pasaron muchos años con mi vida cómoda y entretenida. En 2008, cinco años después de aquello, llegó una Semana Santa y yo quería hacer algo distinto que ir a mi queridísima Andalucía y ver procesiones y participar de los Oficios. Así que me fui a Calcuta. Tan sólo 10 días, pero muy intensos. Lo pasé bastante mal al principio, pero el ejemplo de vida alegre y entregada de las Misionera de la Caridad, hicieron crecer rápidamente aquella semilla plantada por Juan Pablo II. La idea del sacerdocio seguía sin convencerme, no quería. Monté con unos amigos una ONG, volví 4 veces más a Calcuta y tres veces estuve en Haití tras el terremoto. A eso dedicaba mis vacaciones. Pensé que con eso Dios se quedaría satisfecho y yo también. Sin embargo, esos viajes y otros voluntariados en Madrid no hacían sino constatar que cuando me estaba entregando a los demás, es cuando verdaderamente era feliz. Radicalmente feliz. Y no es que antes no lo fuera, para nada. Pero no con la misma plenitud. Me tomé la vida cristiana más en serio, y busqué un buen sacerdote, hoy gran amigo, para que me guiara espiritualmente. Que paciencia la suya! A veces le dejaba tirado tras una cita con la excusa de que había salido tarde del trabajo…pero estaba con mis amigos de cañas. En fin.
Recuerdo que justo antes de Semana Santa del 2013, nos fuimos de ejercicios espirituales. En un momento concreto, meditando el pasaje de la Hemorroísa que toca el manto del Señor y queda curada, recuerdo que me sentí muy identificado….con el manto. Un manto sucio del caminar, sencillo, remendado seguramente varias veces, fue lo que “medió” o trasmitió o puso en conexión el sufrimiento de aquella mujer con la Misericordia de Jesús. Igual yo, sin grandes cualidades ni dones, con mucha suciedad de mi vida, muchos remiendos, mucha cicatriz, me sentía llamado por Jesús a ser humilde intermediario entre su Misericordia infinita y las necesidades humanas de tantas personas. Quería ser sacerdote.
Finalmente, en el 2013 entré en Seminario. Han pasado seis años. En junio seré ordenado diácono. Me queda muchísimo por vivir y, sin embargo, desde ya puedo decir que MERECE LA PENA.
¿En tu familia ha sido una sorpresa tu incorporación al Seminario?
Antes de entrar en el seminario hay un curso introductorio con unas charlas los sábados y algunas convivencias. Yo siempre decía en casa que me iba “de retiro” y me decían que hacía más retiros que los curas. Así que algo se pudieron imaginar.
Fue a la vuelta de aquel retiro cuando me senté con mis padres para decírselo. Ellos pensaban que iba a darles alguna noticia de tipo profesional.
Tengo entendido que mis hermanas lloraron un poco (según me contó mi padre, que no pudo quedarse callado y se lo dijo).
Mi propio padre, que estaba bastante enfermo (murió en mi segundo año de seminario, un momento durísimo pero precioso por cómo se sucedieron las cosas), se alegró, pero se quedó preocupado porque era yo quien le llevaba los asuntos médicos. Mis padres han sido muy generosos y Dios les ha bendecido con 9 hijos, así que no se iba a quedar desatendido. Pero me dio pena. Alguna vez le acompañe al médico y solía decirles, en tono de broma: “este hijo mío, que se mete a cura y me deja a mí sin cura”. Yo creo que los médicos flipaban, pero me hacía mucha gracia. Mi padre era genial.
Mi madre, acostumbrada también a verme por casa y echar una mano a veces, me dijo que si no podía hacer yo como un primo suyo, que esperó que su madre se muriera para hacerse franciscano. Obviamente le dijo que no. ¡¡¡Gracias a Dios mi madre tiene una salud de hierro!!!
Hoy están todos emocionados con la ordenación. ¡Tengo 17 sobrinos por los que daría mi vida, y ya tengo cola para Bautizos y Primeras Comuniones para el próximo año!
Hoy, ¿Qué importancia tiene para ti la vida de oración?
Esencial. Sin ella, te aseguro que hubiera tirado la toalla hace tiempo.
A mucha gente le pasa que no persevera porque no siempre reza como quisiera ni “saca provecho” de la oración o no “siente” nada. Pero la oración en central. Es estar ante Él, “como un amigo habla a otro amigo”. Descansar en Él y dejar que su Palabra te hable. Fundamental.
Pero atención. Todos estamos llamado a la santidad. Todos tenemos una vocación. Una llamada. “Antes de formarte en el vientre, te elegí”. Todos tenemos una misión única. Por ello, todos debemos ponernos en oración. Es urgente que los cristianos busquemos momentos de intimidad para Dios, momentos de silencio para estar a solas con Él. Sólo seremos felices sin hacemos la voluntad de Dios; y sólo conoceremos la voluntad de Dios estando con Él.
Hoy un chico que descubre su vocación y se va al seminario es para algunos un bicho raro o un valiente ¿Tu cómo te ves?
Pues mira, yo la verdad que no me veía como un bicho raro, pero debo reconocer que la primera vez que fui al seminario ¡¡tuve la sensación de estar rodeado de un montón de bichos raros!! Yo fui pensando que bueno, tenía que dar una respuesta aquella inquietud vocacional pero que no tardaría en volverme a casa. Luego van pasando los días, ves que los demás son personas totalmente normales, cada uno con su historia personal, vocacional. Algunos súper diferentes a mí y otros con trayectorias parecidas. Cada uno somos como somos y Dios llama a quien quiere.
Acabamos de vivir un Sínodo de los Jóvenes por la preocupación que hay en la Iglesia por llegar a la juventud. Tú que has pasado por diferentes fases en tú vida hasta que has descubierto a Cristo ¿Cómo crees que puede volver a conectar la Iglesia con los jóvenes? ¿Piensas que es importante que los jóvenes tengan comunidades cristianas de referencia?
Es difícil decir una sola clave. Pero yo diría que: Verdad y Acompañamiento personal. Los jóvenes están llenos de sueños, de deseos, y lo que necesitan es ser escuchados, que gastemos nuestro tiempo y nuestra vida con ellos en conocerlos, en saber qué les preocupa, que perciban que verdaderamente nos importan cada uno de ellos, que estamos dispuestos a cualquier cosa por ellos (y por cualquiera). Yo al menos, con mis limitaciones, es lo que intento con los jóvenes de mi parroquia. Siempre digo que si yo fuera párroco y tuviera muchos grupos con muchos jóvenes, no me quedaría tranquilo si no conozco la vida de cada uno de ellos. ¿Quién sabe si yo en catequesis le estoy contando cosas preciosas de Cristo, de la vida, pero él va a su casa y allí está viviendo un drama? Hay que conocerles. Aunque esto no es fácil. Hace falta sacerdotes, laicos comprometidos que acompañen.
Y junto con esto, la Verdad. No podemos renunciar a la Verdad del Evangelio, a la verdad del amor de Cristo por ellos y dejarnos guiar por el Magisterio. Esa Verdad, aunque pueda ser contracultural, está inscrita en el corazón de cada ser humano. Hay que apelar a sus deseos, a sus ganas de hacer cosas grandes, animarles a que den la vida. Este lenguaje lo entienden muy bien. Animarles a que, cuando echen la vista atrás, dentro de muchos años, puedan estar satisfechos de la vida cristiana que han llevado, entregados a su familia, a los amigos…a Cristo en definitiva.
Es imposible vivir todo esto sin una comunidad cristiana. En primerísimo lugar, la familia. Hemos de cuidar mucho la familia como sujeto, aunque luego podamos hacer pastoral más para jóvenes, o niños o ancianos. La familia como sujeto. La parroquia, la multitud de movimientos que el Espíritu Santo ha regalado a la Iglesia. Cada uno vea qué le ayuda más. Pero nunca solos. Nunca solos.
Supongo que algunos compañeros tuyos del colegio habrán abandonado la vida que aprendieron de niños ¿Cómo se les puede recuperar? ¿Cómo ayudarles a que vuelvan a Casa?
“Más con las obras que con las palabras”. Con muchos he perdido el contacto después de tantos años que terminé el colegio. Pero sin duda se enterarán de la ordenación. No se me ocurre otra cosa que rezar por ellos (antes de hablar a las personas de Dios, háblale a Dios de las personas). Y luego estando disponible para ellos. Intentar que, con mi vida, con la alegría profunda de seguir a Cristo radicalmente, pueda tocarles el corazón y pueda hacerles reflexionar aunque sea mínimamente, de que en esta vida estamos de paso, que lo que nos espera es mucho más grande, y se puede empezar a vivir desde ya.