La sociedad actual ni entiende el sacerdocio, ni entiende el AMOR VERDADERO, ni mucho menos el celibato o la castidad. La gente confunde los amores, porque le falta la base necesaria para entender que hay diversos tipos de amor. Por eso muchos se enfadan cuando explicas el amor matrimonial y te dicen o “que tú no sabes de amores” o que vas contra las leyes que el gobierno está implantando sobre el amor de cualquier tipo de pareja de dos (o quizás pronto de más de dos).
Dicho esto quisiera compartir con vosotros un texto que me ha hecho bien, mucho bien, al encontrar en palabras dichas por otro lo que nunca he alcanzado a transmitir plenamente, ni a las personas que me preguntan, ni a aquellos que con ojos sucios solamente ven atractivo sexual a lo que es cariño verdadero. Se trata del libro EL SILENCIO DE MARíA que voy a copiarles textualmente. Es largo pero merece la pena meditarlo, y créanme, mucho más, vivirlo.
Sólo Dios es capaz de despertar armonías inmortales en el corazón solitario y silencioso de un virgen. Y de esta manera Dios, siempre prodigioso, origina el misterio de la libertad. El corazón de un verdadero virgen es esencialmente libertad. Un corazón consagrado a Dios en virginidad -y habitado de verdad por su presencia, nunca va a permitir, no “puede” permitir que su corazón quede dependiente de nadie.
Ese corazón virgen puede y debe amar profundamente, pero siempre permanece señor de sí mismo. Y eso porque su amor es fundamentalmente un amor oblativo (que se ofrece del todo) y difusivo (siempre para todos). El afecto meramente humano, por esconder diferentes y camufladas dosis de egoísmo, tiende a ser exclusivo y posesivo. Es difícil, casi imposible, amar a todos, cuando se ama a una sola persona. El amor virginal tiende a ser oblativo y universal. Sólo desde la plataforma de Dios se pueden desplegar las grandes energías ofrendadas al Señor, hacia todos los hermanos. Si un virgen no abre sus capacidades afectivas al servicio de todos, estaríamos ante una vivencia frustrada y por consiguiente falsa de la virginidad.
De ahí sucede que la virginidad sea libertad. Un corazón virgen no “puede” permitir que nadie domine o absorba ese corazón, aun cuando ame y sea amado profundamente. Dios es libertad en él. Posiblemente, el signo inequívoco de la virginidad esté en esto: no crea dependencias ni queda dependiente de nadie. El que es libre -virgen- siempre liberta, amando y siendo amado. Es Dios el que realiza este equilibrio. Así fue Jesús.
Si Dios es el misterio y la explicación de la virginidad, podríamos concluir que, cuanta más virginidad, más plenitud de Dios y más capacidad de amar. María es plena de gracia porque es plenamente virgen. De modo que la virginidad es, además de libertad, plenitud. María es una profunda soledad -virginidad- poblada completamente por su Señor. Dios la colma y la calma. El Señor habita en ella plenamente. Dios la puebla completamente.
Desde estas líneas, seas quién seas, te invito a amar como nos ama Dios; te invito a amar sin esperar nada a cambio. La ternura y el cariño regalados cambian la vida propia y la de los demás. Así lo vivía Jesús, así lo está diciendo el Papa. Si crees que no te hace falta mejorar en eso, es el primer síntoma de que no lo vives así, porque Dios es infinito, y Dios es amor. Siempre podemos amar más y mejor. Feliz Cuaresma
D. Antonio María Domenech
Fuente: Se llenaron de inmesa alegría