Hoy, Jesús nos muestra claramente su destino. Subiendo a Jerusalén, se lo narra a los Doce, y estos no terminan de comprenderlo. El premio a los desacertados, o incluso a los bocazas mayores, se lo llevan los hijos de Zebedeo y su madre. Santiago y Juan, que son como yo, le piden al Señor un puesto de importancia en el Reino, y con razón levantan asperezas de los otros.
Menos mal que Jesús es compasivo y misericordioso, manso y humilde de corazón. Porque les perdona y les explica que cuando uno quiera destacar que se ponga a servir y sea el esclavo de los otros, «porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos».