Al leer la oración de la Misa del primer Domingo de Cuaresma hay un texto que me impresionó por la profunda verdad que esconde la breve oración. En ella no se pide a Dios Padre que nos ayude a realizar una de las obras clásicas de la Cuaresma: el ayuno, la oración y la limosna, sino a «crecer en el conocimiento del misterio de Cristo».
Creo que esta es, de hecho, la obra más bella y agradable que podemos hacer durante este tiempo litúrgico: profundizar en el conocimiento de Dios de modo vivencial. Es decir pasar del famoso Jesús histórico al Jesús de la Fe.
Podríamos pensar que conocer a Dios, a Jesucristo, puede darse después de una profunda reflexión, sin embargo el inicio de la vida pública de Jesús nos da la verdadera hermenéutica. Jesús acaba de recibir en el Jordán la investidura mesiánica para llevar la buena noticia a los pobres, sanar los corazones afligidos, predicar el reino, pero Jesús no se apresura a hacer ninguna de esas cosas, sino que obedeciendo a los impulsos del Espíritu Santo se retira al desierto antes de emprender la aventura. Conocer a Dios y cumplir su voluntad pasa por el trato con Dios Espíritu Santo que –como sabemos– impregna, desde sus inicios, toda la vida y el anunció de la Iglesia ya que es el Espíritu Santo quien guía a la verdad completa.