Usted que está leyendo este escrito, ¿Es religioso? Entonces no hay ninguna duda de que, como la mayoría de las personas, cree en un ser superior. Lo más probable es que conozca esa tan deseada oración que Jesús nos enseñó y que empieza por: “Padre nuestro que estás en el cielo, Santificado sea tu Nombre…” (Mt 6,9).
El «santificado sea tu nombre» es realmente la primera de las siete peticiones del Padrenuestro,y ¡qué maravilla que la primera sea esta! Santificar el nombre del Señor es reconocerLe como el que es: el Rey de Reyes.
Cuando decimos “Santificado sea tu Nombre” significa que ponemos a Dios por encima de todas las criaturas del mundo. Lo alabamos, honramos, reconocemos su santidad y nos confiamos plenamente a Él. ¿Es realmente así en nuestra vida? ¿Cómo santificamos al Señor? ¿Qué significa verdaderamente «santificado sea tu nombre»? Le estamos pidiendo que su nombre sea alabado, honrado, glorificado por todos, y tenemos que ayudar a que así sea.
Pero esto no es todo, no podemos quedarnos solamente con la oración, porque entonces cojearíamos de una pierna, debemos llevar nuestras oraciones a la práctica. Por ejemplo: el otro día, una amiga de la universidad puso por un grupo de Whatsapp: “Mañana viene todo Cristo”. Santificar el Nombre de Dios es, también, mostrar una actitud de respeto hacia Él y evitar expresiones en las que salga el su Santo Nombre de forma vulgar e irrespetuosa.
La noche antes de morir, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer” (Jn 17, 6-26). ¿Nosotros también damos a conocer a Dios a nuestros amigos? ¿Somos conscientes de lo importante que puede llegar a ser para un amigo que entre Dios en su vida?
Tratemos esta semana de hablar sin miedo de Jesús Santificando su nombre haciéndolo llegar en la vida de nuestros cercanos. Aunque no solo Le santifiquemos con palabras, sino sobre todo, con obras. Que los de nuestro alrededor noten que el Señor es Rey, que es Dios ¡de verdad! Y que en el momento de la Eucaristía santifiquemos el nombre de Dios con la mayor docilidad y fe, que repitamos constantemente en nuestro corazón «Señor mío y Dios mío».
Alabemos al Señor por todos aquellos que no Le aman, que en este «santificado sea tu nombre» también incluya una actitud de reparación y de profundísimo amor al Señor, ¡se lo merece!
Núria Conesa Casals