¿Estás solo?
Quién no se ha perdido en la playa o en la calle de pequeño. Un alma caritativa, con suerte las más de las veces, nos ayudaba a buscar a nuestra familia, nuestra madre habitualmente.
Hay soledades de las que los medios hablan con cierta frecuencia, como ocurre con la soledad de tantos ancianos que viven solos en sus casas y por razones diversas salen cada vez menos y no reciben visitas apenas.
También hay otras soledades más conocidas o supuestamente frecuentes; por ejemplo, las que producen desgraciadamente las rupturas de matrimonios. Porque no es que de repente te encuentres sin él o sin ella, es que a veces también tu círculo de amigos se resquebraja. Puedes tener hijos que sacar adelante, familia incluso que te acompañe, amigos, etc., pero en cierta manera puedes tener una soledad interna que cuesta sobrellevar y que se presenta con más o menos evidencia.
Pero hay una soledad de las que se habla muy poco, creo. Y es la soledad de los jóvenes, de la juventud esa primera de la adolescencia y de esa otra juventud que hoy llega casi a los 30.
Creemos a menudo que precisamente la juventud es la edad en que hacer amigos es fácil, natural y frecuente. Incluso parece a menudo que los jóvenes son una especie de colectivo que se mueve para todo grupalmente, en pandilla o como sea, pero varios a la vez. Pero no, no siempre sucede. Si uno echa la vista atrás recuerda que su juventud fue, también, época de soledades con cierta frecuencia.
Hay muchas soledades en pupitres del Bachillerato y de ESO. Hay soledades de patio, soledades también de verano o de vacaciones. Chichos o chicas que no encajan o que de repente se quedan descolocados por lo que sea: un traslado de sus padres, cambio de instituto o colegio.
Hay soledades de jóvenes en sus propias casas porque esta vida que llevamos implica largos horarios fuera de casa y se llega rendido. Y no sólo es el que adolescente esté de morros y no suelte prenda, tampoco los adultos están para mucha conversación. Y hay pocos hermanos, ese es otro gran tema. Y sí, también estamos inmersos en mil actividades, a los 30 y a los 15, en pantallas a menudo que impiden levantar la vista y ver a quién tienes delante, escucharle simplemente.
Hay chicos o chicas que no se acaban de encontrar bien con compañeros de barrio o colegio, que no hacen amigos o que los pierden por falta de intereses comunes u otras razones. Hay, sí, bullying, desde luego, pero también hay otro larguísimo y variado etcétera: chicos que no se acaban de divertir como otros se divierten; jóvenes que se encuentran raras –o que otros llaman raras– y prefieren casi quedarse en su casa leyendo. O soñando, imaginando cómo sería su vida si no estuvieran tan solas o solos precisamente.
Se vive tanto en una sociedad de lo externo, de lo que parece –pero no es realmente-, que resulta curioso constatar cómo tanta actividad en redes sociales puede ser un modo de llamar la atención y no siempre narcisista (aunque a veces lo sea). Es como el grito de Bartimeo, en el fondo en muchos casos es eso.
Detrás de tantos followers o tantos likes o tantos lo que sea hay soledades enormes, tan grandes y tan hondas, que se distraen precisamente así para no mirar de frente esa soledad interna, esporádica o permanente. Hay que apartar la hojarasca de esos que no aparentan estar solos pero que lo están internamente.
Sí, todos en cierta manera, tengas la edad que tengas y estés casado o soltero, llevamos una soledad interna que sólo Dios saciará algún día al completo cuando lo veamos cara a cara. Ese será el momento en que sabremos que nunca jamás estaremos ni nos sentiremos solos.
Pero hay en esta tierra soledades de jóvenes que no hay que minimizar ni pasar por encima como si no tuvieran importancia. Hay soledades que llevan a lugares muy, muy feos. Y otras veces no, otras veces llevan a conocerse por dentro mejor y a saber lo que realmente quieres.
¿Tienes solucionada tu “soledad” por lo que sea, porque tienes amigos, familia o pareja? Bien. Pero recuerda esa otra soledad interna que llevarás siempre, hasta el día que mueras, cuídala y aliméntala con Dios, no la tapes con ruido. Y también intenta hacer algo por esas otras soledades de jóvenes que puedes tener muy cerca.
Aurora Pimentel