Ya había sentido esa emoción, esos nervios, esas mariposas en el estómago, como decimos en México, pero nunca había sido igual. Ir a una JMJ es mucho más que aprobar el examen para que el que tanto estudiaste, mucho más que entrar a la universidad a estudiar la carrera que siempre soñaste, o conocer a la persona que hizo que tu corazón saltara de alegría; porque para quienes creemos en Dios vivir una Jornada Mundial de la Juventud es una experiencia inolvidable.
Ya me lo habían contado cientos de veces, “¡No te imaginas el ambiente! ¡Conoces gente de todo el mundo! ¡En verdad es increíble!” Madrid en 2011, Río en 2013, Cracovia 2016… todas las vi detrás de una pantalla y pensaba “Ojalá algún día yo pueda estar ahí”, recuerdo muy bien la misa de clausura y el envío apostólico del Papa Francisco a los jóvenes en Cracovia cuando dijo con gran entusiasmo que la próxima Jornada Mundial de la Juventud tendría lugar en Panamá y los jóvenes panameños se mostraron muy alegres al igual que toda la comunidad latina, y el resto del mundo, sin duda sería una gran fiesta. Para ese momento estaba muy emocionada, tendría oportunidad de ahorrar hasta llegar ese día y asistir a la JMJ en Panamá, al fin y al cabo sería dentro del continente, pero fue pasando el tiempo y hoy me sorprende lo rápido que abandoné ese sueño, poco a poco me fui desilusionando, fue como si esa vela se apagara y mi corazón dejara de creer que sería posible lograrlo, sin duda no sabía lo que me esperaba…
Llegó el momento, faltaba una semana para que comenzará la Jornada Mundial de la Juventud 2019, yo estaba lista como cada vez para mirarla desde el celular o en la computadora, no había perdido de vista ni una sola página web de contenido católico y ya había dado “seguir” a todas las cuentas en Instagram que me mantendrían al tanto del encuentro mundial más grande que realiza la Iglesia Católica cada tres años. Era sábado por la tarde cuando llegó un audio de WhatsApp que lo cambió todo; Pau una gran amiga con la que estudio la universidad estaba inscrita en la JMJ a la que asistiría con su novio y un grupo de amigos de su parroquia… ella sabía el anhelo tan grande que yo tenía de poder ir a una jornada y me dejó el mensaje para decirme “Amiga, se desocupó un lugar en la JMJ y pensé muchísimo en ti, en verdad ¡tienes que ir!” Únicamente tenía que tener el pasaporte vigente y comprar el boleto de avión. No podía creer que fuera verdad, pasaron muchas cosas por mi mente ¿cómo era posible que una semana antes existiera una posibilidad de ir a donde mi corazón siempre había anhelado? Hoy estoy convencida de que Dios ya lo sabía. Milagrosamente, siendo mi familia muy poco viajera, tenía el pasaporte vigente y mi papá tenía desde hace ya mucho tiempo puntos para viajar en una aerolínea, los cuales por alguna extraña razón nunca había usado (les digo que en verdad viajamos poco) eso me dio la posibilidad de comprar el vuelo a Panamá e incluso los puntos con los que se pagó el vuelo eran exclusivamente para ¡viajar en clase premier! Porque cuando Dios hace algo, lo hace MUY BIEN. Recuerdo que la persona que me atendió en el teléfono para hacer la compra del boleto de avión me preguntó muy seriamente “¿qué asiento buscaba?” y yo pensé “¡el que sea, solo llévenme!”.
Fue un viaje increíble, ¡todo era verdad! El ambiente en las calles de Panamá era totalmente alegre, jóvenes llenos del amor de Dios reunidos en un mismo lugar, conocí gente de todas partes del mundo, amigos a los que guardé en mi celular con su nombre y de apellido “JMJ” para no olvidar, a Pau y a mí nos hospedó una familia que siempre se preocupó porque estuviéramos bien, nunca nos faltó nada. Los viajes en el metro se convertían en verdaderos conciertos donde cantábamos a una sola voz el cielito lindo para hacer notar que veníamos de México, y al llegar a los eventos nos uníamos al grito de “¡Esta es la juventud del Papa! Y cantábamos al final el himno oficial de la JMJ “He aquí la sierva del señor, hágase en mí según tu palabra” (si fuiste a Panamá seguro lo leíste cantando). En el día a día dar testimonio de Cristo no es tarea fácil, incontables veces vamos contracorriente pero en un evento como este uno recarga pilas y vuelve con el corazón lleno sabiendo que verdaderamente no está solo, somos millones los que queremos seguir a Jesús y de la mano de María ser auténticos.
Rescato varias cosas de esta gran experiencia, descubrí que para que nuestros sueños se logren es necesario compartírselos a otros, vivimos en un mundo que cree que la mejor forma de lograr el éxito es no decirle a nadie lo que buscas para poder encontrarlo, yo me di cuenta de que no es así. Muchas veces otros creerán mucho más en tus sueños de lo que tú lo haces y te ayudarán a llegar a donde tu corazón siempre había querido, pero lo más importante de todo es ¡contarle nuestros sueños a Dios! solo Él que nos ha amado hasta la muerte es capaz de colmar nuestras aspiraciones como lo dijo San Juan Pablo II. Esperé 9 años para poder ir a una JMJ, hoy sé que durante ese tiempo Dios transformó mi corazón y mi vida para que llegado este momento pudiera aprovecharlo al máximo y así fue, ahora deseo no rendirme nunca, estoy convencida de que Dios nos mira desde arriba sonriendo y creyendo en cada uno de nuestros sueños pues muchos de ellos, los que nos dirigen hacia algo bueno, Él los inspira y los pone dentro de nuestro corazón con toda la intención de verlos cumplidos. La vida con Dios es así, está llena de sorpresas y de retos que desafían el propio corazón y la vida para que en un salto de fe y con una enorme dosis de esperanza le entreguemos nuestros sueños y Él los haga realidad.
Pamela Vizcaíno Sánchez (México)