Nos pasa mucho a los católicos que una vez hemos decidido seguirlo y abandonarnos en sus manos con la alegría inmensa de sabernos amados por el más grande Amor, tenemos ganas de gritarle al mundo entero que: ¡en Su amor cabemos todos! ¡que podemos cambiar el mundo! ¡venga, manos a la obra!… ¿Cuántas veces no hemos tenido este emocionante sentimiento después de vivir una experiencia intensa con Dios?
Jesús, como buen amigo que es, siempre está esperando que nos encontremos con Él y es en este momento donde entra en acción la oración, que nos permite conocerlo y acercarnos aún más, pues ¿quién no quiere conocer más y mejor a sus amigos?
Sin embargo, pasa el tiempo, vuelve la rutina, nos damos cuenta de que a algunos de nuestros amigos no les interesa mucho el tema, que a nuestras familias les aburre y sin darnos cuenta se va enfriando el corazón.
Es que hay tantas cosas por hacer, tanto que estudiar, tanto que conocer, tan poco tiempo… y entonces ¿qué hacer? ¿dónde potenciar ese querer que me mueve, que sé que tengo en mi corazón? ¿Cómo mantener encendida esa pequeña llama que está en mi?
De alguna manera nos damos cuenta de que nuestra oración personal es la que puede proteger y conservar viva esta relación, pero también sentimos que no siempre es suficiente.
Ningún hombre es una isla, el ser humano es social por naturaleza, necesita de los demás para poder realizarse, y nuestra vida espiritual no es ajena a esto. Cuando nuestra oración se vuelve insípida, cuando hay días tristes, en la enfermedad de algún ser querido, en la debilidad, o en cualquier situación que nos vemos necesitados de Él; tenemos ese magnífico regalo que nos dejó Jesús: un gran lugar donde reposar nuestra alma y compartir nuestro sufrimiento: nuestra casa La Iglesia.
Bien se dice de la Iglesia que es hogar de todos los cristianos, y cuando somos capaces de entender esto “se reaviva en nosotros esta conciencia: no estoy solo. No tengo que llevar solo, lo que en realidad, no podría soportar yo solo.” (Benedicto XVI).
La oración tiene un componente muy especial al momento de interiorizar que nuestra fe se vive en comunidad. Es en la Iglesia donde encontramos la compañía necesaria para potenciar nuestra fe, pues es ahí donde conocemos más a nuestro Amigo. Los sacramentos, la Sagrada Escritura y la liturgia son los elementos esenciales para conocer su vida, compartir con Él, entender sus enseñanzas y amarlo cada vez un poco más, y lo mejor de todo ¡es que no estamos solos!
Por eso entendemos que la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, porque todo cuerpo está compuesto por muchísimas piezas que hacen que funcione por entero, donde cada una de estas partes lo único que tiene que hacer es cumplir su cometido, siempre unidas al latido de un único corazón que emana amor.
El buen Dios que nos ha dado nuestra vida y a su Hijo como regalo de su infinito amor, también nos entrega una familia y un lugar donde vivir esa vida plenamente.
Pablo Henao