¿Cuántas veces os habéis dicho «soy un desastre»? O, ¿Este chico es un desastre? Es una frase que decimos más a menudo de lo que nos pensamos. Hay días que se podrían definir como «desastre», que todo sale mal y encima pareces tener la culpa de todo. A mí se me van ocurriendo tantos ejemplos…
Empiezo ya por dormirme por la mañana, no entrego un trabajo a tiempo, no le he dicho a mi madre que vengo a comer, no he avisado a tal para que… encima saco mala nota en un trabajo… ¡Qué desastre! Hay momentos que te chafan totalmente, parece que no sirves para nada; parece, de verdad, que la palabra desastre te va al pelo…
Pero, gracias Dios, el Señor está lleno de buenas noticias, ¡qué afortunados! Eres un desastre, vale, pero un desastre muy amado. Es decir, estas ocasiones que nos pasan tan a menudo y hacen que te vayas chafando y chafando no tienen que hacernos olvidar que Dios cuenta con nuestros fallos, y por eso nos ama aún más. No lo olvides.
Estos momentos en que nos sentimos pequeños, muy pequeños, nos ayudan a recordar que Dios es misericordia, que nos mira locamente enamorado y no le importa que seamos un desastre (siempre y cuando intentemos mejorar y amarLe más). Él nos conoce, de verdad me conoce, y tiene el poder de sacar de todo lo malo, algo bueno, algo buenísimo.
Cuando somos conscientes de esto, no dejamos de ser un desastre, pero es verdad que aprendemos a dejarnos amar, aprendemos a tener paciencia con nosotros mismos y también a tener un profundo agradecimiento con Dios que te mira loco de amor. ¿Cómo se va a arrepentir de haberte creado si ha muerto por ti? Él te conoce, Él cree en ti, Él espera en ti, ¿increíble verdad? ¡Qué afortunados!