Andaba perdido, ante los problemas cada vez buscaba consejo en curas diferentes: con el que me confesaba al ir a misa los domingos, el de la pastoral universitaria, un amiguete de años atrás… y, aunque sus consejos solían ser buenos, nunca seguía un hilo y al final hacía lo que me daba la gana y no crecía. Estaba un poco liado hasta que encontré a D. Rafael, un sacerdote en el que descubrí ganas de conocerme de verdad y, con ello, de quererme para ayudarme.
Pero… en el fondo, ¿estaba yo convencido de que es Dios quien realmente me conoce? Este cura me dijo que el Señor sabe lo que esconde lo más profundo de nuestro ser. Nos mira, nos escucha, nos espera… A pesar de nuestros continuos titubeos, gracias a la fe, estamos seguros y nos sentimos profundamente acompañados.
Dice san Pablo que “en Él somos, nos movemos y existimos”. Así, esa relación tan importante que supera a la de meros interlocutores, necesita un camino espiritual en continua conversión hacia Él, hacia su amor infinito que penetra todo, invade todo, perdona todo.
Por eso es muy necesario que todo cristiano comprometido revise continuamente ese proceso espiritual con una persona que vaya guiando su relación con Dios y con los demás. Una persona que, iluminada por el Señor, sepa dar pautas de discernimiento para una buena vida cristiana.
Es preferible que el acompañante sea un sacerdote para que así, mediante ese acompañamiento espiritual, salgan a la luz todas esas trabas, faltas y culpabilidades que no han hecho bien a la relación con Dios y con los demás. Después, se puede aprovechar para -y es bueno- recibir el sacramento de la penitencia con mayor conciencia, conocimiento y profundidad, de forma que se dé una transformación personal más efectiva. Además, es bueno que nos confesemos siempre con la misma persona porque, al acompañarnos, ya sabe por dónde van los tiros y los frutos del sacramento son más eficaces.
Con un acompañamiento espiritual surge el deseo de seguir a Cristo más de cerca, y también la convicción de la pobreza de caminar solos ese camino de salvación. Con un guía espiritual nos es más fácil buscar y hallar la voluntad de Dios en nuestras vidas, en la oración, en los detalles, en lo más cotidiano de nuestro día a día y arrepentirnos. O sea, nos es más fácil descubrir todo lo que nos aleja de Él, descargando los pecados que nos debilitan a la hora de emprender esta gran aventura en el Amor.
A mí me ha funcionado.