¿Te cuento un secreto? Tú eres importante, tú eres necesario, pero que no se te suba a la cabeza eh… Y ¿por qué? Pues porque tú estás llamado a ser misionero. Pero, yo no quiero irme a la selva a predicar el Evangelio, no creo que sea lo mío, yo no soy religioso, yo no estoy preparado para hacer estas cosas, no se vive de ser misionero, no seas idealista… quizá os identifiquéis con alguna de estas afirmaciones.
Pero, ¿te cuento otro secreto? El Señor quiere que seas misionero aquí, en tu ciudad, en tu universidad, entre tus amigos… Muy bonito, sí, sí pero a ver, ¿qué es esto de ser misionero? La RAE dice: «Persona que predica el Evangelio en las misiones»; súper bien, pero vayamos más allá. El misionero es aquella persona que ha conocido el amor de Jesús y se dedica a comunicar al mundo el Amor que ha conocido, porque la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de quiénes se han encontrado con Jesús (Evangelii Gaudium 1).
A los cristianos, ¡nos ha tocado la lotería! ¡Más que la lotería! ¿Qué haríais si os tocara el gordo de Navidad? ¿No la querríais compartir? Con Jesús, que es más que todos los gordos de lotería del mundo, tiene que pasar lo mismo. Es taaaaan grande a quién que hemos conocido, el amor con el que somos amados, que se nos tiene que hacer imposible no compartirlo, no llevar a Dios a todas las almas. De verdad, se nos tiene que hacer imposible no darlo a conocer. Decía sor Verónica, Madre Superiora de Iesu Communio: «A quiénes más amamos, si verdaderamente es así, tendríamos que mostrarles el amor que Dios les tiene porque es la vida, lo es todo. No tenemos nada más que dar más que a Jesús porque es nuestro único tesoro de verdad».
¡Eres misionero! ¡Créelo! El Señor te necesita, de verdad, si no comunicas tú a tu alrededor que Dios nos ama, ¿quién lo hará? Eso sí, hay muchísimas maneras de hacerlo, no solo con palabras, sino viviéndolo, ¡Muchos no leerán otro Evangelio que tu vida! El Señor no elige a los capacitados sino que capacita a los que elige, y tú eres uno de ellos. Que nadie se quede sin conocer el Amor, ¡ánimo!