Ayer fue el día mundial de la alimentación, y el Papa Francisco quiso reunirse con los principales encargados de la agricultura y el medioambiente del G7 para establecer una línea de actuación con el fin de acabar con el hambre en el mundo.
Que Francisco está con los pobres se nota en cosas como esta. Francisco habla e interpela: “¿De qué sirve denunciar que los conflictos causan hambre si no se actúa con eficacia?” O lo que es lo mismo: ¿De qué sirve diagnosticar si no aplicamos la medicina? Y es que con el hambre en el mundo pasa como con todo: del análisis a la parálisis.
- El Papa viene a decir que está claro que hay hambre y que esta provoca inmigraciones forzosas; pero que lo que hay que hacer es establecer las causas y actuar contra ellas: las guerras y el cambio climático. Por último hace una llamada de responsabilidad ante la gran familia humana, sabiendo que la petición del pobre no es de emergencia, sino de justicia.
Vale, ¿y yo qué?
A veces nos pasa que vemos, por un lado, al Francisco que nos habla a los jóvenes, que nos anima a no “balconear”, a “chutar para adelante”… y por otro, al Francisco que dirige unas palabras ajenas a nosotros, como de otro jefe de Estado más, y que ni nos interpelan ni nos mueven al cambio.
Tenemos que cambiar el mundo, pero sobre todo, la parte que nos toca: nosotros mismos. Y el Papa habla al ministro de agricultura y te habla a ti, en tu casa, en tu colegio o universidad, en tus fiestas…
Toca pensar… ¿puedo luchar un poquito contra el hambre hoy? ¿Puedo comer todo lo que me pongo, sin caprichos?, ¿Tiro mucha comida a la basura?, ¿Despilfarro? Y a cambiar el mundo, que para eso estamos.
Javier Martínez