Recuerdo la anécdota que me contó Margarita, la abuela de un amigo, hace un par de veranos. Hablaba de tres llamadas que Dios había hecho, allá por el siglo I, a tres personas muy distintas.
La primera fue a Pedro. Hombre de unos cuarenta y tantos, casado y con la vida encarrilada, experto en su trabajo y de carácter terco y testarudo. Pedro, como además sabemos, falló al Señor en varias ocasiones, dudó de El e incluso le negó. Vaya panorama ¿no? Pero Pedro también era humilde, amaba al Señor de todo corazón a pesar de sus defectos y limitaciones, y por ello no tuvo problema en llorar y pedir perdón las veces necesarias. Y la recompensa fue grande: Pedro fue la piedra.
La segunda llamada fue al joven Juan, un chaval de diecitantos, al contrario que el anterior sin apenas experiencia en la vida, también hombre de pesca y sin demasiados estudios… Pero Juan tenía ese algo que da la temprana edad. Juan era sencillo, inocente, noble, dócil y, sobre todo, tenía un corazón, mirada y sentimientos limpios. Jesús confiaba tanto en él que acabó por entregarle a Su madre al pie De la Cruz. Y Juan tanto quería al Señor que fue el único que estaba con Él cuando todos lo abandonaron.
La tercera es la de Pablo. En esta ocasión Jesús nos sorprende llamando a un… ¡perseguidor de cristianos! Vaya locura. Pablo sí era un hombre docto y con estudios, pero su corazón estaba resentido, herido por el rencor y el odio… Podríamos decir que Pablo no era un hombre malo sino confuso, hacedor de grandes barbaridades ¡hasta aprobó el martirio de Esteban!… pero Pablo, tras acoger la llamada y reconocer sus errores, se convirtió en el mayor impulsor de la fe de todo el Imperio Romano.
Margarita me decía que en ellos tres se resumen todas las llamadas, que en ellos encajan todos los perfiles, hasta el tuyo y el mío. Gente joven y mayor, cada uno con las bondades y deficiencias de su edad. Gente testaruda y dócil, con la fuerza y arrojo para emprender grandes empresas o con la docilidad de dejarse hacer por el señor. Gente con y sin estudios, con y sin experiencia. Gente que duda, que falla, que se equivoca… y que se fían, lloran, piden perdón. Gente, todos ellos, que responden a la vocación con prontitud, dejando su antigua vida al instante y poniéndola en manos de Dios. Y gente que, ante todo, no sale defraudada en su respuesta.
Y tú, ¿te identificas con alguno de ellos? ¿Quizá un poco con cada uno? No olvides que la iniciativa, siempre parte de Dios. Si El te ha llamado, seas como seas y hayas hecho lo que hayas hecho hasta hoy, LÁNZATE. Él no quiere ni busca a los mejores. Ellos también lo dejaron todo al instante.