No es raro que al oír la palabra vocación se nos venga a la cabeza la figura de un cura, una monja o un fraile con su hábito. Y tampoco es raro que al venir esa imagen a la cabeza uno piense: «esas cosas son para otro, a mí me gustan mucho las mujeres -o los hombres-«.
- El que intuyas que a los curas y frailes no les atraen las mujeres -o a las monjas los hombres-.
- El que bases tu seguimiento al Señor en lo que tú piensas o tú quieres.
Mirad: a un cura le gustan las mujeres tanto como a cualquier otro hombre, porque como los demás hombres… es hombre. Parece una obviedad, pero puede olvidarse. Un cura o una monja no son «seres de otro mundo», sino que son personas como el resto de seres humanos: con sus mismas inclinaciones. Son gente N-O-R-M-A-L como tú y yo.
Y, en cuanto a las atracciones sexuales, ¿es que acaso cuando un chico se casa con su novia… de repente el resto de chicas del universo ya dejan de gustarle? En la vida consagrada la persona escoge a Dios como compañero de viaje y renuncia, como cualquier marido o esposa, al resto de hombres y mujeres del planeta. Sí, en ambos casos el amor lo colma una persona, sea humana o divina.
En segundo lugar, como decía arriba, lo bonito de descubrir la vocación es que la iniciativa parte de Dios. Dios nos elige y después nos crea, que dice san Pablo. Por tanto, discernir nuestro camino no es empeñarse en saber «como me veo» o «donde me siento más cómodo, seguro, a gusto…» sino descubrir cómo te sueña Él, cómo sueña tu felicidad. Y, si Él nos sueña solteros y entregados por completo a su causa… no habrá camino más feliz en este mundo para nosotros. Igual que si nos sueña cansados ¿eh? Porque el mismo error comete el que se empeña en ser cura o monja cuando esa no es su vocación.
Te dejo un par de preguntas para tu discernimiento: ¿estás buscando escuchar Su voluntad? ¿estás dispuesto a entregar tu vida por completo a lo que El te pida sin buscar una entrega «con condiciones»? Porque de cómo nos fiemos de Él, así será nuestra escucha más o menos acertada.