El reciente cambio de provincial y el nuevo período que comienza con el nombramiento de Antonio España es una buena ocasión para reflexionar sobre el voto de obediencia. Para muchos es paradigmática la escena de “La misión”, en que un joven jesuita (Liam Neeson) discute con el padre Gabriel (Jeremy Irons) sobre una decisión que hay que tomar, y este le silencia recordándole: “La Compañía de Jesús no es una democracia. Es una orden.” Este silencio casi autoritario puede resultar chocante en un mundo como el nuestro, que tiene en la autonomía, el individualismo y la realización personal algunas de sus grandes aspiraciones. ¿Cómo entender la obediencia hoy? ¿Es una anulación de la voluntad, supeditada a la decisión de un superior en quien el General ha delegado esta tarea? ¿Cómo entender hoy aquello que en las Constituciones decía San Ignacio de que el jesuita debe ser, ante la insinuación del superior, «como bastón (en manos) de hombre viejo» (Const VI, 548)? ¿Es el voto de obediencia la delegación absoluta de la toma de decisiones sobre misión y vida, en manos de un compañero con más autoridad?
Habría que matizar bien para evitar visiones tajantes. La obediencia, efectivamente, supone dejar que otro –el superior provincial, en lo tocante a destinos y misión- tome las decisiones últimas relativas a la organización del proyecto apostólico de la Compañía en una zona concreta. Para ello, se pide de los jesuitas, de cada jesuita, una actitud de disponibilidad que facilite el que cada uno en particular, y todos en conjunto, puedan compartir proyecto y misión. Porque la misión no es particular, y las obras o los proyectos no son propiedad de un jesuita, por mucho que se pueda implicar en ello. El conjunto es de la Compañía de Jesús, para servir a la Iglesia y la sociedad.
Esto no significa que esa autoridad se deba ejercer de manera impersonal, sin tener en cuenta a las personas, sus sentimientos, intuiciones, propuestas, etc. El provincial tiene una misión fundamental, que es la de dialogar con cada jesuita que está bajo su “jurisdicción”, para conocer de primera mano la realidad, las necesidades, los problemas, las posibilidades y la situación, de obras pero sobre todo de las personas, de modo que eso le ayude a la hora de tomar decisiones. Se habla mucho, en la Compañía, de cura personalis (atención a las personas –o a lo personal-). Esto es un imperativo, pues el provincial no debería tener la única palabra a la hora de destinar a una persona, sino en todo caso, la última tras haber escuchado y hacerse cargo de todo lo que está en juego. De ahí que durante el año el provincial visite las distintas comunidades y dedique la mayor parte de su tiempo a ese encuentro personal con los jesuitas en la llamada cuenta de conciencia. Para enriquecer esa visión el provincial cuenta con un equipo (la consulta) que le asesora, y además con una serie de delegados que conocen mejor los diferentes sectores.
Hablamos con frecuencia de discernimiento. El objetivo último no es dotarnos de una organización funcional como podría darse en cualquier institución, consorcio o grupo humano. Creemos que en la manera de trabajar estamos buscando la voluntad de Dios para nuestro mundo, nuestra sociedad y el contexto concreto en que se desempeña nuestra misión. A eso aspira nuestro discernimiento, que, dicho sea de paso, no es fácil.
Para terminar, conviene señalar una peculiaridad de esta provincia de España. Al ser la provincia con mayor número de jesuitas en el mundo, muy por encima de la inmediatamente siguiente, no es posible que el provincial, actualmente, atienda en cuenta de conciencia a todos los miembros de la provincia. De ahí el que, desde la unión, aparece la figura del Delegado de la Tercera Edad (en nuestro caso el Padre Cipriano Díaz sj). A él ha encomendado el provincial esas tareas de acompañamiento y destino de los jesuitas mayores de 75 años.
Fuente: Jesuitas España