Vayamos por todos, todos, todos

Cambiar el mundo

Claudia Enríquez

Las personas que nos aman dejan su huella en nuestro corazón. Francisco nos amó y nos enseñó a amarnos entre nosotros. Hasta su último suspiro fue petición de fraternidad entre los pueblos. Francisco fue capaz de abrazar a la humanidad toda haciéndose cercano, tierno y padre misericordioso. Hombre de paz, a quien solo la muerte le significó un reposo a su incansable lucha contra la guerra. ¿Qué nos dejó Francisco?

Francisco nos renovó la dirección de la mirada. Nos invitó a quitarnos los ojos de nosotros mismos y nos animó a mirar las periferias existenciales. Nos empujó a ir a esas esquinas donde ya nadie quería ir, ahí donde están los que descartamos con nuestros egoísmos y nuestras indiferencias. Nos recordó la responsabilidad que tenemos para con nuestros hermanos mostrándonos que somos una familia grande y que estamos llamados a vivir en comunión.

Francisco nos interpeló con el silencio de su despojo. Hizo catequesis con su propia vida de que la sencillez y la austeridad son buenas compañeras de camino. Nos demostró que lo aparentemente poco también es suficiente. Que lo poco cuando se comparte se multiplica y que el amor siempre tiene que ser creativo para lograrlo. En Francisco no cabían las abundancias. En un mundo obsesionado con el consumo sin sentido, él fue un signo de la necesidad de un urgente cambio de rumbo.

Francisco nos enseñó a no temer a la soledad y a confiar. Nos macó a fuego cuando en marzo del 2020 salió solo a la Plaza San Pedro a rezar por el fin de la pandemia. Mientras nosotros estábamos encerrados y sufrientes por la incertidumbre que estábamos viviendo, la valentía del amor habló con su presencia. Hombre de esperanza hasta en los momentos más difíciles. Siempre estuvo, siempre se preocupó por nosotros. Siempre nos amó.

Francisco nos descubrió el significado de ser peregrino. Ese que gasta la vida a cada paso y que no se guarda nada para sí. Peregrino que cuida la vida, la vida de todos. Ese buen samaritano que sabe detenerse y escuchar. Que toca para sanar. Que disfruta de conocer a todos y de encontrarse con los que estaban lejos. Que contempla la creación en el camino y que en ella da gloria a Dios por las maravillas que nos ha regalado.

Francisco nos enseñó a lavar los pies. A ponernos de rodillas ante el dolor. A besar a Jesús crucificado en cada hermano que sufre. Nos dio cátedra de lo que es la humildad que tanto nos cuesta. Nos hizo reconocernos, mirarnos, pararnos de frente a las tantas realidades que nos necesitan. A no juzgar sino acompañar, saber estar al lado de tantas cruces que necesitan de oración y compañía.

Francisco nos desafío en la capacidad de amar. Nos mostró que en la mesa siempre hay lugar para uno más. Nos enseñó a hacer lugar en el corazón. Nos lo ensanchó. Cuando pensábamos que íbamos por buen camino nos mostró que aún nos falta un montón. Todavía podemos amar más, perdonar una vez más. En un mundo en el que se replican las periferias y con ellas tantas injusticias nos dejó como tarea una Iglesia en donde haya lugar para todos, todos, todos.

Francisco ha dado la buena batalla y se fue dejando huellas de santidad.

Estoy segura de que desde la eternidad seguirá velando por su pueblo al que amó hasta dar su propia vida.

Ahora nos toca a nosotros, mantener con vida su legado e ir por todos, todos, todos, en cada gesto, en cada palabra, en cada mirada.

Gracias Papa Francisco.