En Belén, un pesebre; en el Calvario, una Cruz (I)

Semana Santa

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En una discusión entre artesanos, trataban de deliberar cuál era el material más noble y preciado que existía en el mundo: cada uno de los presentes esgrimía con gran vehemencia y ostensibles muestras de convicción por qué el suyo era el más distinguido. Un veterano carpintero escuchaba interesado el argumentario de sus colegas hasta que alzó el brazo, dispuesto a participar en tan acalorado debate, no sin la sorpresa de los allí presentes. ¿Cómo iba a ser la madera el material más noble, existiendo el oro, la plata o las piedras preciosas?

Con el semblante serio, pero al mismo tiempo afable, tomó la palabra diciendo: “Queridos compañeros y amigos; con grande paciencia he atendido a todas vuestras exposiciones. Razón lleváis en ellas: el oro, muestra del lujo y del poder, es insustituible; el hierro, resistente y duradero, asegura y forja las defensas de nuestros hogares; la seda permite al rico vestir con extrema elegancia…Mas todos estos materiales de los que aquí habláis, siendo verdaderamente importantes, nunca tendrán la vitalidad y la calidez de la madera”.

“Ninguno de ellos sirvió en los momentos más importantes de la humanidad, pero sí lo hizo la madera. En una cueva abandonada, un carpintero transformaba un comedero de animales en el lecho divino: un pesebre de madera para dar reposo y descanso a Dios hecho Niño. Treinta y tres años después, un áspero madero volvería a recoger el celestial cuerpo, completamente llagado y ensangrentado.
Decidme vosotros cuál de vuestros preciados tesoros puede compararse con tan alto honor y estaré encantado de dar razón a vuestro argumento”.

El papel del cristiano en esta vida es similar al de la madera: allí donde estemos, ser de utilidad. “…santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para responder con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (Pedro 3:15)

Muchos, con sus vidas, pueden ocupar el papel primero de ser lecho divino; otros sostendrán en alto la realeza de Cristo, a través de la Cruz; los más abnegados, crepitando y chisporroteando en el fuego de la cueva de Belén, para dar calor a un bebé en los brazos de su Madre.

Dos mil años después, volvemos a revivir el sacrificio cruento de la Redención. Los que antaño alfombraban de palmas las calles de Jerusalén, mientras vitoreaban a Jesús de Nazaret, deseando su proclamación como rey, lo convertían horas después en monarca de la burla y de la chanza, eligiendo a un ladrón y asesino para ser liberado y gritando en alta voz “¡crucifícale!”

¿Hasta dónde estoy dispuesto a llegar? ¿Quiere el Señor que sea madera, hierro o piedra preciosa? ¿Le pregunto insistentemente qué espera de mí, qué quiere de mí? De forma casi tradicional, durante el tiempo cuaresmal y especialmente en Semana Santa, en muchas predicaciones y homilías los sacerdotes instan a los fieles a reflexionar sobre el papel que desempeñan en la Pasión de Cristo.

¿Qué lugar ocupo en ella? ¿Participo activamente o soy un simple espectador? ¿Acompaño a Jesús o lo fustigo con furia cuando cae? Con su Cruz, Dios no solo nos redime de nuestros pecados si no que, en medio de nuestras miserias e infidelidades constantes, nos proporciona dónde agarrarnos.

Francisco Javier Domínguez