El otro día escribí un post en X en el que decía que ahora estoy muy enferma, pero que nunca he sido tan feliz como lo soy ahora. Pero al poco de escribirlo, una persona, que no se queda en el envoltorio, me dijo que no había explicado el porqué. Tenía razón, pero no me sentí capaz de explicar nada por X, en unos pocos caracteres; sin embargo he pensado que el tema merece al menos un artículo.
«El hombre vive de la Verdad y de ser amado, de ser amado por la Verdad»
Esta cita de Benedicto XVI en el libro Jesús de Nazaret refleja, para mí, la esencia de la vida humana. Esto lo veo ahora, pero no lo veía al principio. La certeza de que Dios es la Verdad y de que ama con amor inefable su creación, transforma la existencia de cualquiera. Pero, si este conocimiento desborda la razón y asalta el corazón, te empuja hacia una existencia abandonada en su Sacratísimo Corazón, y a no hacer ni decir nada que no le incluya a Él. Es un estado de confianza tal que desaparece todo temor, lo que implica una felicidad esencial, que no se perturba por nada.
A mí aún me queda recorrido pero sé que camino hacia esa meta. San Pablo lo expresa así en su carta a los Filipenses:
Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús. (3, 13-14)
Al principio yo estaba muy lejos de la Verdad y del Amor. Y precisamente por ello era la mujer más desgraciada del mundo. Tan mal estaba que mi amargura me empujó a refugiarme en una iglesia donde me desahogué ante Jesús crucificado. De ese rato me llevé la convicción en el corazón de algo que sabía desde siempre en mi entendimiento: que Jesús había muerto por mí, concretamente por mí, no como parte de un grupo.
Esto me conmovió grandemente, pero tenía el corazón demasiado endurecido, y no saqué todo el jugo de esta revelación. Empecé lentamente a volver a los brazos de mi Madre la Iglesia. Despacito, tímidamente, sin comprometer el corazón. Tibiamente, precisamente como Dios no quería: «Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca.» (Ap 3, 16).
Al cabo de unos añitos me enteré de que tenía ELA; entonces me di cuenta de que mi fe blandengue era insuficiente para enfrentarme a la muerte que me esperaba a la vuelta de la esquina, como quien dice. Todavía estaba muy lejos de conocer al que dio la vida por mí; entonces emprendí un camino, y lo hice de la mano de María.
No soy capaz de explicar cómo ha sido este camino que dura ya quince años. Lo que puedo hacer es decir a dónde he llegado actualmente y por qué soy ahora más feliz que en toda mi vida.
Contemplar a Jesús en el Calvario transforma, renueva la vida, aunque es un proceso lento, en mi caso al menos. Por supuesto que hay que acompañarlo de Evangelio, Misas, adoraciones, formación y buenas lecturas. El hambre de Dios ayuda mucho, no hay pereza.
Todo esto, el hambre y la perseverancia son premiadas por Jesús, que como no se deja ganar en generosidad, desborda toda expectativa; pero todo brota de una convicción, que en Jesús está la razón de la vida, que en Él todo cobra sentido; y sin Él nada funciona. Tu vida se entiende y planifica a través de su Corazón sufriente y traspasado.
Y esto te lleva a que un simple gracias por la obra de la Redención sea totalmente insuficiente, pobre, raquítico; y por ello empiezas a no querer más que compensarlo con tu amor torpe y raído. Al principio piensas que tu esfuerzo es valioso y que con tus fuerzas vas a lograr compensarle, pero también llega un momento en que te das cuenta de que es imposible; y entonces te abandonas y ya sólo disfrutas y te dejas hacer por Dios, que es lo que Él quiere.
Vivir así, con un sentido pleno de todo lo que haces y vives, es la felicidad máxima en esta tierra.