María, la Cruz desde el silencio

Cuaresma

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La Cuaresma es una preparación de la Pascua. Pero para llegar al sepulcro vacío, hemos de detenernos aún en el monte Calvario.

Muchas veces hemos leído escuchado los momentos finales de Jesús en la Cruz. Los evangelistas Marcos y Mateo, de forma insólita, ponen en boca de Jesús las siguientes palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, el comienzo del salmo 22. Desconocemos la forma en que la expresó (en su último aliento apenas le quedarían fuerzas para hablar), ni si llegó a pronunciar la totalidad del salmo. La dificultad en el habla pudo confundir a quienes se encontraban alrededor del Señor, que pensaban que llamaba a Elías, invocado antiguamente en los momentos de peligro.

Sin embargo, sí que podemos tener una cosa clara: Jesús conocía la totalidad del Salmo. Y María, que debía encontrarse cerca del Madero, también. El mundo judío aplicaba su día a día a los textos de los salmistas, y rezaba balbuceando y cantando estos de memoria. Probablemente Jesús oraría con el salmo, mostrando que en su verdadera humanidad experimentó el dolor y la incomprensión. Además, en la larga oración se muestra un cumplimiento de aquello que experimentó Jesús en su Pasión, clamando que finalmente su Padre le dará la victoria.

No es disparatado pensar que María conocería el salmo. Que en otras ocasiones habría rezado con él, y que conocería también el anuncio de la victoria final. Que, por tanto, al escuchar su primer versículo de boca de su hijo (estaba cerca del Madero), podría saber qué querría decir Jesús.

Más aún, el largo salmo de la debilidad humana, que culmina en el abandono a Dios, expresa lo siguiente: Tú eres quien me sacó del vientre, | me tenías confiado en los pechos de mi madre; desde el seno pasé a tus manos, | desde el vientre materno tú eres mi Dios. La promesa de Simeón, que anunció a María una “espada” que traspasaría su corazón, cobra ahora sentido en un ciclo que se ha cerrado: el Niño que nació del vientre de la Virgen, ahora se entrega al Padre, para dar nacimiento a la Iglesia, representada en el discípulo san Juan. Todo esto sería visto por María como una entrega final, un “nacimiento” definitivo. ¡Qué razón tiene el pintor Van der Weyden al representar a María descendiendo con su Hijo tras hacerse una con Él!

Poco antes de fallecer, según el Evangelio de Juan, Jesús entrega a su Madre al discípulo amado. Sorprende que la entrega no sólo sea en una dirección, sino en ambas: «“Mujer, ahí tienes a tu hijo”». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre”». De modo que parece dar, no una sola orden, sino dos. Por un lado, a María le da una compañía, un hogar que pueda acogerla y consolarla. Pero, por otro, a Juan le da a una madre, un nuevo seno que ofrezca, como en el salmo 22, a su hijo al Padre. Es el mayor ejemplo de intercesión después del de su Hijo, capaz de “elevar” la limitación del hombre hacia la perfección divina.

Querido hermano: en Ella está la clave. El paso que vivimos los cristianos hacia la Pascua, nos llama a abrazarnos a María, a pedir que nos haga ofrenda al Padre. Y que nos prepare con paciencia, como al discípulo amado, para poder exclamar con el salmo: «¡Viva su corazón por siempre! Lo recordarán y volverán al Señor | hasta de los confines del orbe; | en su presencia se postrarán | las familias de los pueblos, porque del Señor es el reino, | él gobierna a los pueblos. Ante él se postrarán los que duermen en la tierra, | ante él se inclinarán los que bajan al polvo. | Me hará vivir para él, mi descendencia lo servirá; | hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: | «Todo lo que hizo el Señor».

José Pablo Hoyo Robles
@josepablohoyorobles