Hoy hace un año que me hicieron la traqueostomía y nos hemos adaptado muy bien, mucho mejor de lo que había imaginado. La mayor dificultad ha sido -y es- la comunicación, ya que ni mis lloros son audibles.
Recién llegados del hospital pasé las semanas más horribles de mi enfermedad. No quería ni irme a dormir por miedo a que me ocurriera lo que me venía pasando casi a diario. Tenía el móvil encendido frente a mi cara toda la noche y, cuando me pasaba algo, podía con una aplicación (look to speak) decirle a Alejandro, que duerme a mi lado, que necesitaba ayuda. El problema era que no me oía. Y así podía estar hasta cinco horas -la peor noche- con una pierna dormida, sin poder hacer el más mínimo movimiento que me aliviase; creyendo que tendrían que amputarme la pierna a la mañana siguiente. Gracias a Dios hemos ido mejorando mis posturas nocturnas y el sistema de comunicación, hasta la actual cámara de infrarrojos que avisa con un leve movimiento de mis ojos.
¿Cómo es posible soportar esto sin caer en la desesperación? Algo así me preguntó una amiga hace poco porque tiene unos dolores fortísimos y lo está pasando muy mal. Me pedía consejos y algunas lecturas que pudieran ayudarle. A mí no se me ocurrió más lectura que el Evangelio entero, aunque también podría haberle recomendado la carta apostólica Salvifici doloris de San Juan Pablo II, que tanto me ayudó a mí. Le dije que sólo era posible conociendo y enamorándose de Jesús. Que a mí me había ayudado muchísimo contemplar la Cruz y un sincero arrepentimiento y dolor por mis pecados. Así dicho puede parecer una soberana tontería, como que no tiene nada que ver; pero no es así, de verdad que no hay otro remedio.
Cualquier otro camino intentará camuflar el sufrimiento huyendo de él, pero no lo logrará porque es irremediable. Cristo es el único camino que da un sentido al sufrimiento porque Él así lo hizo con su Pasión y Muerte. Su vida y su muerte, su sufrimiento ofrecido al Padre, abren, para todo el que quiera unirse a Él y trate de vivir, de corazón, como Él nos ha enseñado, la puerta del Cielo, donde ya no existirá dolor alguno; pero de una forma u otra hay que pasar por la cruz, porque ahí está la puerta. Darle este sentido, pasar por la cruz para llegar al Cielo, es lo único que te permitirá sobrellevarlo, aunque tendrás que seguir con los analgésicos: lo que escribo nada tiene que ver con el masoquismo.
También me preguntó si a Jesús le servían de algo nuestros sufrimientos y lo cierto es que, aunque no quiere que suframos, de algún modo Jesús es capaz de sacar frutos de todo sufrimiento que se vive junto a Él. Pero no sólo le sirven porque dan frutos, sino porque puedes consolarle en la Cruz. Me diréis que ya no sufre porque está en el Cielo; pues yo creo que algo de sufrimiento tiene que haber allí, porque si «el amor no es amado», como dijo San Francisco de Asís, hay sufrimiento; y el dolor por la ausencia eterna de los que se pierden para toda la eternidad es sufrimiento, porque Dios no los olvida.
Pero el consuelo del que hablo y podemos darle no es un consuelo para el Cielo, es más de los sentidos, más terrenal, porque en cada Misa ocurre algo muy misterioso y maravilloso: a la vez que se anticipa la segunda venida de Jesús y las bodas del cordero, el Calvario del año 33 se hace presente en el Altar y estamos REALMENTE junto a Jesús crucificado; sólo podremos verlo con los ojos de la fe. En ese momento Jesús recibe el consuelo de la mirada de su madre, que sufría porque una espada traspasaba su alma (Lc 2,35), pero no querría estar en otro lugar distinto para no sufrir.
El discípulo amado, que nos representa a todos, consolaba a su maestro-amigo con su presencia también sufriente. Pues ahí estamos nosotros, habiendo llevado nuestros sufrimientos al altar de las ofrendas. Y lo mismo que hace Jesús transformando un acto de violencia desmedida en el mayor acto de amor, porque es un acto libre de entrega de sí mismo, también nosotros podemos transformar nuestros sufrimientos en ofrenda libre y amorosa acompañando a Jesús en su Cruz y consolarle como María y Juan.
Necesariamente hay que amar mucho a Jesús para poder acompañarlo en la Cruz; y sólo conociéndolo en los Evangelios y en la oración puedes amarlo así.
Además, no me quiero olvidar de mencionar lo que está escrito y es palabra de Dios: que con nuestros sufrimientos completamos en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, como dijo San Pablo a los colosenses (1,24).
Creo que no hay mayor contribución a la obra redentora de Jesucristo que unir nuestros sufrimientos a los suyos, porque Él los toma y transforma en redención para todos los hombres.
Notas:
Recomiendo releer tres de mis antiguos artículos:
Apóstol del sufrimiento
Te quiero consolar
La ofrenda más digna