Cuaresma, un tiempo penitencial

Cuaresma

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Como cada año, tras el Adviento, llega la Navidad, seguida por un breve período de Tiempo Ordinario y, sin apenas darnos cuenta, nos topamos con la Cuaresma, que nos prepara para el tiempo de Pasión y, posteriormente la Pascua, para culminar de nuevo en Tiempo Ordinario.

Siempre que empiezo la Cuaresma, resuena en mí el Evangelio que la Iglesia nos regala en la Liturgia del Miércoles de Ceniza (Mt 6, 1-6.16-18, para los más despistados). Esta perícopa se encuadra en el llamado Sermón de la Montaña que nos expone San Mateo en su evangelio. En dicho pasaje, Jesucristo expone tres actos de piedad: ayuno, limosna y oración. Y nosotros, en nuestro contexto, estamos invitados a practicarlos siempre, pero se nos recuerda especialmente en la Cuaresma, un tiempo de carácter penitencial.

Vivimos en una época en la que se ensalza el culto al cuerpo en demasía. Se nos «vende» también que debemos hacer lo que nos apetece y cuando nos apetece, precisamente porque nos apetece. En este planteamiento, es el propio cuerpo el que gobierna nuestras acciones. Tenemos la mirada puesta únicamente en nosotros, viviendo inmersos en un gran egocentrismo.

Pero el Señor, en este tiempo cuaresmal, nos invita a salir de nosotros mismos y a fijar nuestra mirada en Él y en nuestro prójimo. Precisamente por eso nos propone cultivar el ayuno, la limosna y la oración. Y esto tiene que ver con una palabra que no está absolutamente de moda hoy día: la mortificación.

Hemos de considerar, como bien dice Antonio Pérez Villahoz, que, si el pecado nos aleja de Dios, precisamente por buscar nuestra propia satisfacción, la santificación es volver a Dios renunciando a nuestra satisfacción.

La palabra mortificación puede asustar, pero no tiene nada de especial. A veces, mortificarse es hacer lo que toca cuando toca, y aunque no nos apetezca: estudiar cuando toca, no mirar el móvil cuando estamos con otras personas, levantarnos a la hora sin posponer la alarma… No se nos pide nada del otro mundo. Es salir del yo, para centrarnos en el Tú.

En este tiempo de Cuaresma, podemos meditar sobre el impacto del ayuno, la limosna y la oración en nuestra vida. Estos tres actos nos invitan a una salida total de uno mismo. Con el ayuno (que no tiene por qué ser solo de comida: puede ser de redes sociales, por ejemplo), aprendemos que nuestro fin no es mi satisfacción personal, sino el dominio de uno mismo. Con la limosna, (no solo material: a veces limosna es también dar nuestro tiempo al que lo necesita), vamos al encuentro del hermano, en el que muchas veces no reparamos. Y, con la oración (que consiste, como escribió Santa Teresa de Jesús, «tratar de amistad estando a solas con Quien sabemos nos ama») ponemos a Dios en el lugar que Le corresponde, es decir, en el centro de nuestra vida.

Por tanto, piensa qué quieres ofrecerLe al Señor en este tiempo de Cuaresma: ¿de qué quiero ayunar? ¿De qué forma puedo ofrecer limosna? ¿Debo empezar a hacer oración? Quizá puedes empezar con cosas pequeñas que, ofrecidas con amor, son del todo agradables al Señor: ayunar de malas palabras sobre los demás, participar en un voluntariado puntual, rezar Laudes todas las mañanas… no tengas miedo en preguntar al Señor que quiere Él que Le entregues en esta Cuaresma.

Como ves, Jesucristo no nos pide nada descabellado en esta Cuaresma. El objetivo de este tiempo penitencial es vaciarnos de nosotros, de nuestro egoísmo, para acoger la mayor prueba de Amor que ha habido en toda la Historia, y que se ve en la cruz. Solo acogiendo el sacrificio incruento de Cristo en la cruz, podremos después abrirnos a la Resurrección y volver a Galilea para contar lo que hemos visto en Jerusalén.

#unidosenlaoración

Jorge Hernando