Merecerá sin duda alguna disfrutar de su proyección, tanto para quienes mantengamos algún tipo de nexo con la Compañía de Jesús -más conocidos como los Padres Jesuitas- bien por formación en sus prestigiosos centros educativos o por haber recibido nuestra formación cristiana básica y nuestros primeros sacramentos cristianos de manos de alguno de ellos, como es mi caso, pues el drama histórico aquí presentado, tan bien recreado en la España de hace cinco siglos, bien que merece la pena verle.
Primeramente, hay que agradecer a sus productores, directores, editores y todo su elenco técnico y artístico sin excepción alguna, que con tan escaso presupuesto (Un millón de euros y tan sólo 17 días de filmación, según testimonio de Andreas Muñoz, en quien recayera tan acertadamente, el papel de protagonista para representar la vida de uno los santos más famosos de la Cristiandad) por haber logrado un film tan bien estructurado que nos sitúan en los años de la niñez de Iñigo de Loyola, en su natal Azpeitia en Guipúzcoa, así como su convulsa juventud como militar al servicio de la Corona de Castilla, que terminaría con su carrera militar truncada tras las heridas en sus dos piernas y la gravísima rotura de su pierna derecha en el asedio de Pamplona por las tropas francesas y en su posterior convalecencia, con todo el inicio del complejo proceso de su conversión a las puertas de su 30º cumpleaños, que le llevó a abandonar la casa paterna, donde permanecía bajo el cuidadoso celo de sus hermanos mayores y comenzar así su peregrinación hasta Tierra Santa de la que regresa a Barcelona al año siguiente, comenzando sus intermitentes estudios eclesiásticos, con sus conocidos episodios de Montserrat y Manresa, donde se gestan sus archiconocidos “Ejercicios Espirituales” base de toda la espiritualidad ignaciana que hasta hoy nos ha llegado, con muchos detalles, algunos los cuales, con total libertad interpretativa propias del llevarlo a pantalla, se reflejan en varias escenas.
El núcleo narrativo de todo el filme, se centra en la puesta en entredicho de sus escritos y prédicas durante la estancia del santo en la académica Salamanca en el verano de 1527 por un par de meses, cuando es sometido a un brevísimo juicio religioso de apenas tres semanas de duración por parte del Santo Oficio de la Inquisición, del que queda totalmente libre de cargos y de sospecha herética alguna, con el único, pero importantísimo veto, de predicar en público sus sermones hasta tanto no obtuviese su licenciatura canónica por alguna de las muchas Universidades, fundadas y regentadas por la Iglesia Católica desde finales de la Edad Media en toda Europa, siendo recomendado para la de París, adónde se pone en camino Ignacio a sus 36 años de edad como pupilo del Señor…
Que se echa en falta… pues lo digo sin pero, ni reparo alguno… una segunda parte, -ojalá esta buena realización, cuaje en taquilla en medio de tanto cine comercial con tanto respaldo económico con el que compite en las pantallas, del que carece nuestra humilde peli- permitiéndose lanzarse en pos de ese complemento que estimo y creo más que necesario…
La estancia estudiantil parisina de nuestro gran santo, en su segunda y más que productiva juventud, rodeado de aquellos otros colegiales que luego pasarán a ser los primeros miembros de su recién fundada Compañía, como San Francisco Javier y San Pedro Fabro, entre otros; su posterior traslado, estancia e incesante desempeño ministerial en Roma hasta su muerte ocurrida en la Ciudad Eterna a las puertas de sus 65 años en 1556. ¡Gracias a todos quienes han tenido que ver con esta puesta en escena de Ignacio de Loyola! Que la conocida divisa en latín de la orden jesuita: Ad maiorem Dei gloriam, se materialice en este filme «Para la mayor gloria de Dios».
Miguel Ángel Fernández González