Ahora te toca a ti

Cambiar el mundo, Cuaresma

Sin Autor

Cuando entré al seminario mis padres me regalaron una Cruz de Jerusalén, pero al poco tiempo el Cristo desapareció, dejando en la cruz de madera 3 marcas feas de silicona. Ciertamente, me dio bastante rabia, pero al contemplarla comprendí que Jesús no se había escapado como en Toy Story ni nada del estilo: había resucitado. Y no solo me estaba recordando su Resurrección, sino que ahora me dejaba la cruz libre, con las marcas de los clavos: “Ahora te toca a ti”.

Entramos en Cuaresma y ¡qué poco nos gusta! Pronto desaparecen muchos cristianos, que en Navidad celebraban los primericos’ los Reyes y se inflaban a roscón y champan, y ahora ayunar o abstenerse de carne no les hace tanta gracia.

Estos cristianos de roscón, al igual que los judíos no lo hicieron, no entienden las palabras de Jesús en el Evangelio: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará» (Mt 16,24-25).

La Cuaresma es tiempo para concienciarnos que el único camino es la Cruz. Y debemos amarla, porque he aquí la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo; hacer, de un mal, un bien. Hemos despojado al diablo de esa arma; y, con ella, conquistamos la eternidad.

Porque Dios no te está pidiendo que lleves un paso descalzo y lo pasees por el Casco Antiguo. Sinceramente, no creo que le importe mucho, al igual que no le importará que ayunes, te abstengas de carne, des limosna o hagas mil sacrificios, si todo eso no está lleno de amor. Pues ¿de qué valen tus obras, si no son del amor reflejo?

Quizá antes de ayunar tres días seguidos tengas que ayunar de quejas contra tu marido; abstenerte de blasfemias e impurezas, o dar, como limosna, una tarde de atención a tus hijos o a tus abuelos. Porque «el sacrificio agradable a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú, oh Dios, tú no lo desprecias» (Sal 50,19). ¡Esto es la confesión!

Este es el único sentido del sacrificio: unirnos al Crucificado para resucitar con Él. El sacrificio que agrada a Dios no es la privación sin sentido, sino el amor que se entrega. Honremos a Cristo con el honor que quiere. Si los cilicios y sacrificios no te ayudan a crecer en el amor, dales puerta.

En esta Cuaresma, entre los cristianos se producirá un despliegue de sonrisas con ayunos y sacrificios, de ti depende. Pondremos nuestra vida a la locura de la Cruz. Pues, como dijo Chesterton: «El cristiano no se sacrifica porque odie la vida, sino porque la ama tanto que está dispuesto a darla».

Es nuestro momento. Ahora, te toca a ti.

Jorge Mora Huerta