O aportas, o aparta

Cambiar el mundo

Sin Autor

Según las estadísticas, hoy en España más del 50% de los matrimonios acaban separados. Un poco triste sacar este número el 14 de febrero, pero algo nos tiene que despertar. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué el matrimonio de nuestros abuelos parece que se ha convertido en algo lejano, casi imposible?

Una única respuesta: hemos convertido el amor en un producto, así de simple y así de mediocre. Nos venden en Netflix que el amor es un viaje abrazados en moto, un corazón dibujado en el cristal del coche, una canción que resuena siempre en tu cabeza, un olvido de todo cuando estás con ella o una pasión incontrolable, pero con una fecha de caducidad, ¡y con razón! ¡Eso no es amor!

Digo que hemos convertido el amor en un producto porque lo hemos puesto a merced de nuestros apetitos, tanto sexuales como afectivos. Vivimos bajo la bandera del “o aportas, o aparta” y nos tiene sometidos: si ya no me das placer o me gusta más otra, te abandono; si has caído en una enfermedad y ya no vamos a poder tener la vida de ensueño que pensamos, te abandono; si caes enferma, en paro o en vicios, te abandono: o aportas, o aparta. Esto también nos deja con otras consecuencias, como la eutanasia, donde el anciano o enfermo, “como no aporta”, aparta; o el aborto, donde el bebé o aporta, o aparta. He aquí la razón por la que el 97% de los hijos síndrome de Down sean abortados. ¡Qué mal hemos entendido la vida!

Con este lema no vamos a ninguna parte. Y si no estás dispuesto a algo más, no sigas leyendo. Tanto el hombre como la mujer se han convertido en un producto el uno para el otro y ante esta batalla que debemos vencer contra nosotros mismos para aspirar al amor, solo hay dos caminos: o huir o luchar; ahora sí, o aportas, o aparta.

Los valores de la auténtica hombría y feminidad se han perdido. A ti, hombre, ¿cómo vas a entregarte a una mujer si no eres capaz de estar 2 semanas sin masturbarte? ¿Cómo vas a defender tu hogar, tu familia, tu patria, si vives esclavizado por tus impulsos? A ti, mujer, ¿cómo vas a entregarte a un hombre si estás con el corazón a rienda suelta? ¿O cómo va a amarte él de verdad si ni tú misma te amas?

Si nos dejamos llevar por nuestros impulsos, es evidente que jamás construiremos un amor para siempre. Podremos construir ñoñerías o aventuras, nada más. Si no eres capaz de decir “no”, ¿cuánto vale tu sí? Si crees que lo más valioso de ti es el cuerpo, ¿no te das cuenta que dentro de 40 años vas a estar calvo y gordo? ¿No te das cuenta que si le muestras a tu chico que lo más valioso de ti son tus curvas, cuando tengas 45 años y estés llena de arrugas, su compañera de trabajo de 30 le parecerá mucho mejor?

¡Comportémonos como hombres y mujeres de verdad! ¡Dejémonos de tonterías y experimentos infames! ¡Está todo inventado ya! Conquistemos nuestros cuerpos y corazones, pues Dios nos los ha dado para que los gobernemos, no para que ellos nos gobiernen a nosotros. Estos dos, muchas veces se comportan como un niño pequeño, y debemos regañarles, educarles, y si es preciso, darles un par de azotes: “es que ya no me gusta mi mujer, me voy a ir con otra que me atraiga más” o “es que mi marido ya no es que el que era, este otro me entiende mejor”, etc. ¡Si os oyera mi abuela no duraría un instante en daros una buena torana!

Para los que quieran un “amor” así, correas, bozales y riendas, porque cuando se tiene la carne tan cebada de comodidad, el amor se hace imposible. Y no estamos hechos para la comodidad, estamos hechos para la grandeza. La comodidad solo produce una blandura insaciable y un egoísmo enorme. Y ahora, perdonadme por la bronca, vamos con lo importante.

¿Qué es el amor? ¿Cómo llegar a él? El amor es, sencillamente, cuando me adueño de mí mismo negando mis apetitos e impulsos desordenados y soy libre de entregarme a esa persona; y cuando me doy, salgo de mí para hacerme uno solo con ella: un solo corazón, un mismo latir, “una sola carne” (Gn 2, 24). Eso es el amor: de la autoposesión hacia la autonegación para la autodonación mutua, que me permite estar en comunión plena con ella para siempre. Y el único camino aquí es la fidelidad de cada día, y eso se construye desde ya.

Por tanto, hombre: domina tu cuerpo y si caes, recuerda que sentir dolor es gran síntoma de esperanza, porque la honestidad, junto con la valentía, te conducirán de nuevo a la lucha. Hazlo por ti, por tu futura mujer, por tus hijos. Sé un hombre.

Mujer: potencia tu ingenio, tu dulzura, tu entrega, tu cariño… La inmodestia no es que revele mucho, es que revela muy poco. Resérvate para el hombre de tu vida y no te vendas a motoristas y chulos que solo te ven como un trofeo. Eres mucho más que un cacho carne con ojos. Sé una mujer.

La impureza lleva a la pérdida del deseo de vivir. Vivamos más que nunca la castidad, que no es el rechazo o desprecio de los valores sexuales, sino la energía espiritual que defiende el amor del egoísmo y la agresividad. El amor es para valientes.

Apartemos nuestros egoísmos y orgullos. Aportemos a este mundo frío un amor incondicional. ¡Conquistemos la vida eterna a la que fuimos llamados! ¡Hombres y mujeres libres! ¡Amar como nunca y hacerlo siempre!

Jorge Mora Huerta