El andar de la Cabalgata

Cambiar el mundo

Sin Autor

¿Por qué unos cristianos han querido, en un momento de su historia, revivir de esta manera el viaje de los Reyes Magos? ¿Por qué en esta época que ha hecho realidad los viajes interplanetarios, se sigue recordando de esa manera tan natural un viaje tan pobre y pedestre como fue el de los Reyes Magos?

La Epifanía es la manifestación del gran regalo que Dios ha querido hacer a la humanidad, a cada hombre que ha vivido, vive y vivirá en la tierra. El Niño que, en su nacimiento ha permanecido escondido en un rincón de Palestina, en la Epifanía es mostrado al mundo, es ofrecido a todos los seres humanos, para que lo descubran y se gocen en Él. Desde aquel día, hombres y mujeres de todas las razas, de todas las culturas y civilizaciones, de cualquier confín del globo, podemos contemplar, adorar, amar al Hijo de Dios hecho hombre: nos pertenece.

Los Magos comenzaron a cabalgar con un rumbo, aun sin saber a ciencia cierta a qué lugar del mundo les llevaría la estrella. Quizá en algún momento cruzó por su mente un pensamiento fatalista y pesimista, pero lo olvidaron enseguida y continuaron cabalgando, renovando su optimismo al ensillar de nuevo cada mañana. Consiguieron al fin desentrañar que el secreto escondido en la estrella no era una ilusión, no era un sueño, no era una fábula; era sencillamente el Verbo de Dios hecho carne.

Ellos veían de vez en cuando la estrella, rectificaban el camino si era necesario, y hacían oídos de mercader a las insidias que les traían los vientos. Y, al fin, llegaron.

La estrella ha permitido que los Magos descubrieran un «motivo para vivir». Los ojos de los Magos se llenan de la plenitud de la luz que han visto en el Portal de Belén: el Niño Jesús en los brazos de su Madre, Santa María. Y aún sin tener palabras adecuadas para expresar la Luz recibida, anhelan comunicar a los demás mortales el descubrimiento que ilumina, con visos de eternidad, su espíritu. Transmitirles de alguna manera ese gozo de «quienes han visto al Salvador», conscientes quizá de que no todos los mortales acogerían con el mismo corazón su alegría, su «revelación».

Si al comenzar el viaje el «motivo de su vivir» era sencillamente seguir la estrella; ahora saben que han de hacer partícipes de su gozo, enriquecido porque su viaje no ha sido estéril, a niños y niñas, adolescentes, estudiantes y universitarias, padres e hijos, hijas y madres, hombres y mujeres, ancianas y ancianos.

La Cabalgata vuelca en las calles de su recorrido la alegría de los Magos por haber llegado a Belén, y por haber adorado al Niño. La alegría es necesario compartirla; la alegría y las penas. O mejor, con la alegría, las penas.

La Cabalgata de los Reyes Magos quiere ser el recuerdo de la euforia de estos hombres, al regresar a su país, y por eso promueve a su alrededor una fiesta popular de contento en la que todos de alguna manera participamos. No podía ser menos: los Magos de Oriente están gozosos porque han visto al Salvador, al Mesías, y nuestra alegría es un convivir la suya. Le han llevado dones preciosos -oro, incienso y mirra- y se han visto inundados del Don que buscaban. Sus pupilas están iluminadas con la sonrisa del Hijo de Dios hecho hombre.

Nacida para repartir juguetes a los niños pobres, la Cabalgata ha enriquecido su hondo sentido de solidaridad social entre los hombres, al convertirse en testimonio del inefable Don recibido. Sin el Niño que nació en Belén, los Magos, y sus juguetes y gozo, no tienen significado alguno.

Y todo acontece bajo la mirada sencilla, y algo asombrada, del Niño Jesús, como en Belén, cuando recibió a los Reyes Magos. Sanos y enfermos han encontrado en el horizonte de sus propias vidas una nueva luz. De tanto luchar en la batalla del quehacer diario, los hombres nos olvidamos que todos somos hijos de Dios, y hermanos los unos de los otros. Unos redescubren la alegría de dar; otros, la alegría de ofrecer una ocasión a que los otros den.

La Cabalgata no es una charanga sentimental como algunos pretenden convertirla. Es una obra de amor, hecha en recuerdo del viaje que los Reyes Magos hicieron para adorar al Señor, que ayuda a redescubrir la alegría cristiana de recibir y de dar.

La Cabalgata prepara su itinerario por las calles de nuestras ciudades, y trata de comunicar el nacimiento del Hijo de Dios en la tierra, a través de un río de caridad, en hospitales, asilos, hogares de beneficencia. La Cabalgata no les resuelve ningún problema: ni les construye mejores salas, ni les proporciona médicos que curen las enfermedades, ni tiene una receta mágica para quitar dolores y sufrimientos. Una vez pasada, los problemas siguen siendo idénticos, y la miseria y dureza de la enfermedad no disminuye ni se alivia.

Algo, sin embargo, queda en la atmósfera. Por un momento, los enfermos se han encontrado formando parte de la misma sociedad de los sanos y objeto de su atención, no hay falsas caridades, ni sueños de consolación, nadie se siente humillado, ni nadie se enorgullece de tener más: es un encuentro fraterno, cristiano, más allá de cualquier barrera; que vence toda marginación.

Todos somos iguales; delante de los Magos que regresan del prodigio de Belén la humanidad se convierte en una familia que espera una noticia. Y ellos son portadores de la Noticia. Detrás de cada caramelo que Melchor, Gaspar y Baltasar han lanzado a lo largo del recorrido, se esconde un Ángel, y en las pupilas del Ángel, el rostro de Cristo, recién nacido. Quizá sólo algunos lo han visto. Volverá la Cabalgata de los Reyes Magos el próximo año, y los venideros; y la antorcha seguirá brillando hasta el fin de los tiempos.

Que ya en la eternidad no se hace necesario el cabalgar.

Ernesto Juliá

Publicado en Religión Confidencial