En la Sagrada Familia, Dios se divierte invirtiendo las cosas. En el hogar de Nazaret, el orden Jesús, María y José se ha convertido en José, María y Jesús. Son las cosas de Dios que disfruta agrandando lo pequeño y empequeñeciendo lo grande; bajándose él de su trono y subiendo en él a sus criaturas.
Es el juego de los Carmelos de Teresa, cuando una vez al año a la novicia más joven se la nombraba como Madre superiora por un día y se le dejaba ordenar y mandar a su antojo, con el consiguiente jolgorio de todas, mayor cuanto mayor y más disparatados fueran las ocurrencias de la superiora por un día.
Jesús es el Verbo, la Palabra. Y María la que concibe en su seno la Palabra. Y sin embargo es José el encargado de enseñar a Jesús sus primeras palabras. San José, del que en los Evangelios no se nos conserva ni una sola palabra, es el que dispuso Dios que enseñara a hablar a la Palabra. Y María, la criatura más atenta a la Palabra de Dios, debía estar en Nazaret atenta a la palabra de José.
En la Sagrada Familia, el Dios de los Ejércitos ante el que temen y tiemblan los reyes de la tierra, tiene que salir huyendo de un reyezuelo con el temor y temblor de sus padres. Al que es la Vida y por quien todo tiene vida ha de huir por temor a que le quiten la vida.
En Nazaret, el Creador, el hacedor del universo, no saber hacer nada y tendrá que ser José el que le enseñe a usar las herramientas para poder construir algo útil. El que ha puesto los fundamentos del mundo tiene que aprender de un artesano a poner las patas de una mesa.
El que ha vestido los lirios del campo con una magnificencia que no alcanzó la corte del Rey Salomón, tendrá que dejarse vestir por José con las humildes ropas tejidas por las manos de María. En el hogar de Nazaret, el que juega con el orbe de la tierra es lanzado en volandas y hace las delicias de su padre José cuando juega con él.
El que da alimento a las aves y a las fieras del campo tiene que pedir que le den de comer porque tiene hambre y además deberá aprender los buenos modales de cómo llevarse la comida a la boca. En Nazaret, José enseña a Jesús a rezar, el hombre enseña a Dios cómo debe orar.
En Nazaret, parece que el mundo está al revés. En realidad, como señala Chesterton, el cristianismo no alteró la familia. No negó la trinidad de padre, madre y niño. Sencillamente la leyó al revés, haciéndola niño, madre y padre. Y ésta ya no se llama familia sino Sagrada Familia, pues muchas cosas se hacen santas sólo con darles la vuelta.