Ser Navidad

Cambiar el mundo

Águeda Rey

Desde hace tiempo vengo pensando cómo hacer para anunciar a Cristo a tantos a mi alrededor que, conociéndolo, no tienen relación alguna con Él.

El otro día, escuchando una charla de mi director espiritual, D. Francisco Williams, entendí que la gente de hoy en día no busca teorías ni discursos sesudos sobre la existencia de Dios; más bien necesitan testimonios de vida que contagien la vida con y en Cristo; vivimos en la época de las emociones. La verdad es que me animó bastante dada mi descomunal dificultad para expresarme con mi voz electrónica.

Esto es muy acorde con el salmo 18 que se proclamó en la última Misa del tiempo ordinario:

Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. (4-5a)

Y hablando con este sacerdote me dijo algo que he hecho mío y he decidido contar por lo que sucedió la tarde del viernes.

Ese día fue el encendido de luces de Navidad y fue una preciosidad, hubo muchas velas encendidas, rodeando un misterio grande y bonito en el centro de la plaza del ayuntamiento. Hubo un coro de niños y otro de adultos que cantaron villancicos y por último un villancico precioso cantado por mi hija Ale, junto al coro de niños. En el momento preciso de la canción se encendieron todas las luces de las calles y el ayuntamiento, todas al unísono; a la vez que caían del cielo papelitos blancos simulando nieve. Fue emotivo y precioso.

Pero a mí me quedó un cierto gusto amargo. Aunque Jesús estaba en el centro de las velas y los villancicos hablaban de Él, sentí que no era el foco de atención, y me dio tristeza. El protagonista de toda esta puesta en escena no estaba realmente invitado.

Es cierto que la luz evoca al que es la luz del mundo y trae la esperanza a los hombres; también sonaron los «feliz Navidad» de rigor, aunque a mí me sonaron huecos, vacíos de significado. Pero tampoco hay que ponerse tan quisquillosa, si al fin «a toda la tierra alcanza su pregón».

Lo importante no es decir feliz Navidad, ni desear amor y paz sin más explicación de quien puede traer la paz verdadera. Lo verdaderamente importante es ser Navidad, que la vida de cada uno anuncie a Cristo y haga despertar en los corazones el deseo de conocer a Jesús. La Navidad realmente somos nosotros. Ojalá yo pueda ser Navidad para todas esas personas.