Desde hace algunas semanas, el bombardeo comercial es incesante, preparando una jornada de suculentas ofertas, que, aunque tradicionalmente se centraban en un solo día, el Viernes Negro, cada vez son más las marcas y las empresas que alargan ese periodo, con objeto de aumentar de forma considerable sus ventas.
Promociones de todo tipo convergen en todas las plataformas, ya sea presencial o digitalmente, para exprimir, una vez más, la imparable globalización, al ritmo de las tendencias del momento. Como si no hubiera un mañana, en una suerte de apocalipsis consumista, las masas se lanzan a tumba abierta, en busca de la compra ideal, en medio del frenesí y la urgencia.
Salvando las diferencias, y utilizando a modo de contexto esta situación, desde hace más de dos mil años, el hombre tiene a su alcance la mejor de las propuestas que jamás se dio sobre la faz de la tierra: la vida eterna. Cuando Adán y Eva son expulsados del Paraíso, esa vida idílica que Dios les había concedido se convierte en sacrificio y mérito obligado para volver a gozar del mismo.
Solo la venida del Mesías abriría las puertas del cielo, y precisamente, en un viernes negro, muchos, no solo rechazaron su venida, si no que quisieron acabar con Él. Ese viernes doloroso, daría paso a la base de la fe: la Resurrección.
Pero, ni por esas: ni con la mejor de las propuestas, ni con la Venida del Redentor, ni con la institución de los sacramentos, ni con la promesa de estar con nosotros hasta el fin de los tiempos, muchas almas seguían extraviadas. Dios no se deja ganar en generosidad y pese a la infidelidad y la miseria humana, seguía allanando el camino de la salvación. Sin regalar el destino final, facilitaría la existencia en este valle de lágrimas con promesas accesibles a cualquier alma con un mínimo deseo de salvación.
Son muchos los ejemplos que podemos encontrar, pero nos centraremos en las doce promesas que hizo el Sagrado Corazón de Jesús, por medio de Santa Margarita María de Alacoque, entre los años 1673 y 1675.
En el convento de la Visitación, se aparece a la religiosa para expresar su deseo de ser amado y venerado, dando lugar, no sin dificultades y persecuciones de todo tipo hacia la propia santa, a la devoción al Sagrado Corazón, que tendría su fiesta propia, junto con la práctica de los Nueve Primeros Viernes de mes. Tuvo vital importancia la intervención del también santo, Padre Claudio de la Colombière, como director espiritual de Santa Margarita.
La extensión y propagación de la devoción al Corazón de Jesús, no fue inmediata. En España, en 1731 un joven estudiante de Teología en la ciudad de Valladolid, Bernardo de Hoyos, descubriría el culto al Sagrado Corazón de Jesús, a través de la lectura de una obra titulada El culto al sacratísimo Corazón de Jesús, escrita por el jesuita José de Gallifet.
Este descubrimiento sacude el alma del joven teólogo y lo transforma: “Yo, que no había oído jamás tal cosa, empecé a leer el origen del culto del Corazón de nuestro amor Jesús, y sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor sacramentado a ofrecerme a su Corazón para cooperar cuanto pudiese a lo menos con oraciones a la extensión de su culto. No pude echar de mí este pensamiento hasta que, adorando la mañana siguiente al Señor en la Hostia consagrada, me dijo clara y distintamente que quería, por mi medio, extender el culto de su Corazón sacrosanto para comunicar a muchos sus dones.”
Con solo veinticuatro años, recién ordenado sacerdote, merced a una dispensa especial, el más tarde Beato Bernardo de Hoyos, entregaría su alma a Dios, después de una corta enfermedad. Estas letras que aquí se escriben, sin más aparente repercusión, son el compendio de una de las más grandes promesas realizadas a las almas: un Corazón en llamas, traspasado y coronado de espinas por su amor infinito a la humanidad.
A quienes veneren el Sagrado Corazón de Jesús,
• Les daré todas las gracias necesarias para su estado de vida
• Les daré paz a sus familias
• Los consolaré en todas sus aflicciones
• Seré su refugio seguro durante la vida, y sobre todo en la hora de la muerte
• Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas
• Los pecadores encontrarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de misericordia
• Las almas tibias se volverán fervorosas
• Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
• Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta y venerada
• Daré a los sacerdotes el don de tocar los corazones más endurecidos
• Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado
• A todos los que comulguen durante nueve primeros viernes de mes consecutivos, les concederé la gracia de la perseverancia final
¡Ahí es nada! que diríamos en un registro más coloquial. Doce promesas que proporcionan aún más esperanza y consuelo. No acaba aquí la cosa, porque precisamente, Bernardo de Hoyos, iba a recibir la Revelación de la Gran Promesa: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”.
Aprovechemos para convertir este viernes negro, en un viernes de luz, sabiendo elegir la mejor de las propuestas, la de la salvación eterna. Y aprovechemos también, para celebrar al Beato Bernardo de Hoyos en el día de su conmemoración.
Francisco Javier Domínguez López