Hace unos meses escuché al ilustre notario catalán Juan José López Burniol que para regenerar el espacio social era preciso aprender «a decir en público lo que decimos en privado». Esas palabras resonaron en mi corazón, pues es lo que siempre he pensado y he procurado hacer. Ya Séneca en el siglo I recomendaba ese estilo de vida: “Considérate feliz cuando puedas vivir a la vista de todos”.
Como es bien sabido, la espectacularización de la política y de los medios de comunicación en las dos últimas décadas, esto es, la conversión de la política en un entretenimiento social, ha facilitado que muchos políticos de todos los colores y en todos los países mientan descaradamente sin el menor sonrojo. Se han convertido en unos bufones que meramente aspiran a captar la audiencia para conseguir sus votos, y sus falsedades son coreadas acríticamente por los medios de comunicación social.
Sin embargo, el fenómeno que a mí me resulta todavía más sorprendente es que al predominio de la mentira en la vida pública suele corresponderle un estremecedor silencio por parte de los ciudadanos de a pie, que muchas veces solo se atreven a expresar en público opiniones «políticamente correctas», pues no quieren incomodar a nadie. Me recuerda la forma de vida en los países sometidos en el siglo pasado a la Unión Soviética. Me impresionó un artículo de Enrique García-Máiquez en el que evocaba al escritor ruso Alexander Solzhenitsyn (1918-2008), quien se planteó qué podía hacer frente a la dictadura comunista y se propuso no decir ni una mentira. Con aquella actitud Solzhenitsyn acabó siendo una de las piezas clave que derrumbó el Imperio Soviético.
Los seres humanos anhelamos siempre la verdad y por esa misma razón escuchamos a nuestros gobernantes, leemos periódicos o vemos las noticias en la televisión. Vaclav Havel decía que lo malo no es mentir, sino vivir en la mentira como pasaba en aquellas sociedades comunistas. Pero me parece que, en una sociedad democrática, lo malo es mentir porque en la mentira no se puede vivir. «La mentira no es medio para la verdad», ha escrito Gabriel Zanotti. La subordinación de la verdad a los intereses políticos produce un daño social de efectos incalculables, porque el imperio de la mentira corrompe todo lo que toca. Lo sorprendente es que ahora a las mentiras se les llame fake news [noticias falsas], que recuerda aquello atribuido a Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, de que «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».
El reconocido periodista Jean-François Revel anotaba el 31 de diciembre del 2000 en su Diario de fin de siglo una lúcida conclusión a este respecto: «Todavía tenemos demasiado arraigadas, pese a la victoria de la democracia, las deformaciones intelectuales del totalitarismo. La democracia no habrá ganado del todo mientras mentir siga pareciendo un comportamiento natural, tanto en el ámbito de la política como en el del pensamiento».
Efectivamente, nos encontramos en una sociedad que se considera avanzada científica y socialmente, pero en la que, en contraste, la verdad apenas tiene valor pues se tolera la mentira de los poderosos y al mismo tiempo se coarta la libre expresión de los individuos. Cuando hablo de la libertad en mis clases suelo recordar dos citas: la primera de Simone Weil en su Diario de España (1936): «Cuando se reclama libertad, se debe tener valor para decir lo que uno piensa, incluso aunque resulte ingrato». La segunda de George Orwell en el prólogo de Animal Farm (1945),«Libertad significa el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír».
Vuelvo al principio. ¡Qué importante es aprender a decir en público lo mismo que decimos en privado! No hay una doble verdad, ni puede haber un doble lenguaje. Tenemos que aprender a vivir en la verdad. El primer paso es no mentir nunca; el segundo, decir en público lo mismo que en privado y el tercero, aprender a guardar silencio algunas veces, si ese silencio no daña a nadie. Ese es —me parece a mí— un buen camino para vivir en la verdad.
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Jaime Nubiola es profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Navarra, España (jnubiola@unav.es).