La aventura Divergente

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David Cerdá García

Hay algunos socavones en la carretera que hemos construido para llevar a los chicos desde la adolescencia a la edad adulta. Esa carretera, a la que llamamos «educación», muchos la creen impoluta, confundidos por su espectacular alumbrado, las blancas líneas que la recorren tan bien pintadas y los modernísimos quitamiedos. Sin embargo, los socavones existen, son anchos y profundos y están creciendo.

Tienen nombre esos socavones. Dominio de la atención, optimización del esfuerzo, gestión del tiempo. Hacer de la tecnología una herramienta, y no un amo. Superar la frustración y ser capaz de pensar lento y concebir la propia educación más allá de un modo para conseguir un trabajo en el futuro. Poder conversar, argumentar y exponer verdades como una persona libre y un verdadero ciudadano. Cuidar nuestra dieta cognitiva y entender cómo funciona nuestra creatividad para potenciarla. Saber qué nos motiva y construir un proyecto personal de carácter asentado en el bien, el amor, la verdad y la belleza. La valentía y la lucidez como poderes del corazón y el entendimiento.

Todo lo anterior, que es básico para que la vida sea buena y merezca la pena, anda desatendido en el sistema educativo, que prima otras cosas, como la empleabilidad y la digitalización (sea lo que sea que esto signifique). En cuanto al hogar, otro gran núcleo de nuestra educación, digamos que no todo el mundo tiene la suerte de tener unos padres capaces de transmitir estos principios ni sus herramientas y mejores prácticas. Finalmente, está el tercer foco educativo, la cultura imperante, que tiene en internet su vehículo y de la que son tutoras efectivas las redes sociales, una instancia, esta última, bastante alejada del virtuoso bloque anterior y volcada en la apariencia, lo atractivo, lo viral y el éxito financiero. El resultado está a la vista de todos: una juventud que nunca manifestó tantos problemas de salud mental y una desorientación hiriente y generalizada.

Los socavones se niegan (y se cavan) por interés y por ceguera ideológica. La posmodernidad es un proyecto histéricamente triunfante, y el verdadero progreso, que es siempre ético y espiritual en el más amplio sentido, ha sido sustituido por una disparatada aceleración a ninguna parte. Justo cuando materialmente tenemos tanto dilapidamos nuestro capital en una asfixiante polarización, en la cosificación de lo humano y el olvido de la cultura, en delirios identitarios y otros desvaríos.

Estamos a tiempo de solucionarlo. Los agujeros en la carretera, una vez localizados, pueden ser reparados. Basta olvidarse del timo de la transversalidad, que nos dice que la superación de la frustración, el pensamiento crítico o la ética son asuntos que «transversalmente» se tratan en la educación, cuando lo cierto es que lo nuclear solo se adquiere cuando es sustantivo. Eso es lo que pretende el Proyecto Divergente, que nace auspiciado por tres colegios mayores (Alborán, Almonte y Guadaira), profesionales de la educación y la ética y generosos patrocinadores como la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y la Fundación Cárdenas Rosales. A través de ocho talleres impartidos durante cuatro tardes, una serie de mentorías breves y materiales para continuar la aventura, este proyecto quiere otorgar a los jóvenes que quieran rebelarse contra esas carencias los elementos de juicio y los métodos que necesitan para salirse del rebaño.

El proyecto les invita igualmente a que sean líderes. Son ellos quienes deben conducir a sus iguales hacia caladeros más fértiles y profundos, para que dejen de ser peones en el tablero de los influencers, el consumismo y los pastores políticos. Necesitamos rebeldes con causa, ejemplos de su generación que inviten a lo bueno. Sucesos como los de la terrible DANA en Valencia demuestran su enorme potencial para el bien y que merecen nuestra confianza; también es de justicia que les ayudemos.
En la película Divergente, y cuando la protagonista, Trice, le pregunta por el sentido de sus tatuajes, Four le dice: «No quiero ser simplemente una cosa. No puedo serlo. Quiero ser valiente, desinteresado, inteligente, honesto y amable». Este es el fin del Proyecto Divergente: ofrecer a los jóvenes de entre 17 y 24 años las herramientas y los conocimientos nucleares que por una u otra razón les han sido negados para que consigan lo mismo que Four reclama. Completada su primera edición, pasaremos a replicarlo en otros lugares: audentes Fortuna iuvat!