El diablo es el mono de Dios

Cambiar el mundo

José Gil Llorca

Así se suele llamar al Demonio: el mono de Dios. Es decir, el diablo pretende imitar a Dios. Pero como habiendo sido hecho bueno, se rebeló contra Dios y se hizo malvado, todo cuanto hace queriendo imitar a Dios no se trata más que de una inversión.

El demonio obra invirtiendo las cosas buenas que Dios ha creado, dándoles la vuelta, poniendo patas arriba cuanto Dios ha hecho. Y lo hace así porque lo odia. Es un espíritu de contradicción. Como dice agudamente Milton en “El Paraíso perdido”, en ese arrebato furioso que le constituye enemigo de Dios, el diablo dice: “Mal, sé tú mi bien”. Quiere hacer del mal su bien. De ahí la advertencia que nos hace Dios en la Sagrada Escritura: “Ay de los que al mal llaman bien, y al bien llaman mal”. Esto es lo que hace el diablo.

Y a eso nos induce. De eso quiere convencernos. Y, por desgracia muchas veces lo consigue. El diablo es un mentiroso. Es el padre de la mentira. Y es muy astuto. Mucho más que cualquiera de nosotros. Por eso no hay que conversar con él. Nos convencería de que lo bueno es malo y de que lo malo es bueno. Su inteligencia es muy superior a la nuestra.

En nuestra sociedad hay múltiples ejemplos de cómo ha conseguido el diablo que tengamos por bueno lo malo y lo malo por bueno. Desde aspectos morales de gran importancia como incluso en lo más trivial y que pudiera parecer una pequeñez.

Ha conseguido que el divorcio sea bueno en una sociedad civilizada y avanzada. Por eso quien se opusiera al divorcio queriendo defender la fidelidad del compromiso matrimonial sería un troglodita, un extremista radical incapaz de entender la bondad de poder divorciarse y, por tanto, la relatividad de la fidelidad.

También ha logrado que el aborto, un crimen, primero sea despenalizado en algunas causas extremas es decir, se sigue considerando un delito pero a nadie se le impone una pena por realizarlo. Después, lo bueno es que no existan causas extremas que justifiquen su despenalización, sino que cada mujer pueda abortar si así lo decide.

Y luego, lo mejor es que el aborto sea considerado un derecho. Y como tal derecho se declare como derecho fundamental. Es decir, declarar que un asesinato de un inocente indefenso es un derecho fundamental es bueno, es lo propio de una sociedad avanzada, de una civilización que progresa. Oponerse a ello es malo. Es pretender imponer a los demás unas ideas propias de mentes obtusas y personas intolerantes. Y por tanto, defender el aborto es algo que hay que proclamar a los cuatro vientos y enseñar a los niños desde la más tierna infancia.

En cambio, expresar la oposición al asesinato de niños inocentes e indefensos es una maldad, un delito muy grave que hay que penalizar. Pretender ayudar a una mujer que quiere abortar para que no lo haga es algo intolerable, es pretender culpabilizar, criminalizar a esa mujer, es atentar contra ella.

Podríamos seguir poniendo muchos más ejemplos de inversión de la verdad por la mentira y del bien por el mal. Pero ahora quisiera reparar en algo, que siendo de menor importancia pone de manifiesto cómo se ríe el demonio del ser humano, como se burla y se regocija de nuestra estupidez. Ha logrado que consideremos una estética horrible, fea, vieja, sucia, como una estética preciosa, hermosa, actual, cool, limpia.

En el mundo del arte es algo paradigmático el hecho de que, así literalmente, una mierda, sea expuesta en un museo como algo digno de ser admirado como una gran obra artística. Lo mismo cabe decir de otras muestras de las otras artes como la música, la literatura, el cine, la moda.

Es, desde mi modesto punto de vista, algo del todo evidente que, por ejemplo, haya puesto de moda los pantalones vaqueros rotos. Cuanto más rotos, gastados y sucios, son más dignos de ser admirados como una prenda deseable. Lo roto, los gastado, lo que uno se avergonzaría de llevar puesto, es para muchos una prenda atractiva, bonita y que da gusto vestirse con ella. Se puede intentar justificar que es la moda para vestir en determinadas ocasiones informales, etc. Pero el hecho es innegable. Se prefiere lo roto lo que no está roto, lo viejo y desgastado a lo nuevo.

Hay que ir a la peluquería, especialmente los hombres, no para que te hagan un buen peinado sino para que te revuelvan el pelo y te lo dejen como totalmente descuidado y desgreñado. Entras en la peluquería y pagas para que te dejen como recién levantado de la cama con todos los pelos en una batalla campal, o por mejor decir, capilar.

Esto de hacernos elegir lo feo, lo horrible, lo tétrico como lo adecuado, alegre, simpático, sucede el la festividad de Todos los Santos. Halloween se ha exportado a todo el mundo y ha ido degenerando en una fiesta que en vez de ser una fiesta de luz, se ha convertido en una fiesta de la oscuridad. En vez de festejar la santidad, se festeja lo diabólico, la maldad y la corrupción, lo macabro y sangriento, lo siniestro. También hay quien no le da importancia y piensa que es simplemente una fiesta de disfraces, pero el hecho es que detrás de esa fiesta está la acción diabólica. Y, un consejo, con el diablo mejor no jugar.