Da la impresión de que las cuñas apostólicas siempre corten el rollo, creen silencios incómodos o dejen en un compromiso a nuestros amigos… Si nos fijamos, estas ocasiones muchas veces surgen cuando a los cristianos nos da la impresión de que no podemos despedirnos de nuestros amigos sin haberles dado algún consejo vital. Ese afán de cumplir es lo que desencadena una situación así.
A lo largo de nuestra vida hacemos mil propuestas a nuestros amigos. Algunas son acogidas con entusiasmo, otras no tanto y la mayoría quedan en el aire, pendientes… La clave está en la ilusión con que las presentemos, que no es fruto de una práctica o de una técnica sino que nacen de la propia experiencia: de lo que vivimos, planeamos, descubrimos como bonito o edificante… Por ejemplo, recomendar una película, invitar a una barbacoa o presentar a un gran amigo a otro…
Con la fe pasa lo mismo, si tenemos un verdadero encuentro con Jesús, si crecemos con Él y notamos que cambia nuestra vida, querremos lo mismo para nuestros amigos. Por eso, la mejor forma de hacer apostolado es desear estar más unidos a Cristo, querer vivir cristianamente. De este modo, dejaremos que Él actúe a través de nosotros para llegar a nuestros amigos. Por eso hay que tener mucha paz, porque nuestras ilusiones – y por ello nuestras propuestas – se irán orientando poco a poco a la verdadera felicidad que es Dios. Nos pareceremos más a Jesús, que va al Padre llevándonos a todos de la mano.
Por último, no hay que olvidar que Jesús está presente de forma especial en los sacramentos. Allí es donde le encontramos más fácilmente, porque está presente de forma real, y también a donde acabarán señalando nuestras propuestas. En la comunión nos identificamos con Cristo, con sus ilusiones y ganas de amar; en la confesión experimentamos su misericordia, que expulsa nuestro egoísmo y nos hace libres para querer de verdad. Cuanto más cerca estés de Cristo más cerca estará Él de tus amigos.