Según el Diccionario de la Real Academia Española, “crisis” significa: “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o en una situación, o en la manera en que estos son apreciados”. Esta es la primera de las siete acepciones que presenta. Etimológicamente, proviene del griego “κρίσις” (krisis), que, a su vez, proviene del verbo κρίνω (krino), que significa “decidir”, “discernir” (utilizando así la misma raíz -krin-). ¿A dónde voy con esta clase de lingüística? Me explico.
A lo largo de la historia, esta palabra se ha ido cargando de connotaciones negativas que tienen bien poco que ver con su significado original de “decisión” o “juicio”; uno y otro son neutros, pues los calificativos que se le puedan añadir (malo o bueno) van a depender en modo directo del resultado de la acción, es decir: la decisión o el juicio serán buenos o malos según nos vaya después, pero, en sí mismos, son acciones neutras fruto -supuestamente- del ejercicio de la inteligencia, de la facultad crítica, de la voluntad y de la libertad de la persona que realiza el juicio y toma después la decisión.
Pues bien. ¿Qué pensarías si te digo que las crisis son buenas porque nos hacen crecer como persona, pareja, familia o sociedad? Cada problema que llega a nuestra vida supone una toma de decisiones, que, a su vez, necesitan ser estudiadas, meditadas y reflexionadas por uno mismo, con el otro, con el resto de la familia o con la sociedad en su conjunto. El hecho de ponerse a pensar ya es un avance, pero el conseguir que quien piense, exponga su reflexión y, entre todos, consigan una solución o una decisión común, eso ya es no solo un logro, sino un verdadero avance con el consiguiente crecimiento como persona, pareja, familia o sociedad.
Lo único que necesitamos es usar el cerebro, meditar las opciones, reflexionar y poner en común con los demás lo que pensamos (no solo lo que opinamos, que eso es más superficial) y la conclusión a que hemos llegado después de haberlo pensado. Ahora viene la segunda parte, que suele ser más complicada: aceptar los pensamientos o las soluciones del otro -o de los otros- que siempre son diferentes a los nuestros. No son mejores. No son peores. Son distintos, fruto de que el otro no soy yo y, por tanto, piensa de modo diverso.
No es tan difícil hacer bien las cosas, ponerse a sopesar pros y contras, estudiar todos los posibles escenarios y alcanzar una respuesta al problema o a la pregunta planteada. Hubo un tiempo en que no resultaba tan difícil hacer esto. Sin embargo, cuanto más avanzaban las tecnologías más retrocedía el ser humano en el uso de su cerebro… increíble, pero tristemente cierto. Sin embargo, siempre estamos a tiempo para cambiar las cosas y empezar a pensar por nosotros mismos, no por lo que nos digan los gurús de turno, las redes sociales o los astros celestes. Pensemos mientras esté permitido hacerlo y sea gratis, los resultados serán asombrosos y los que pretenden manejar a las personas como marionetas no podrán hacerlo, porque se darán cuenta de que sus “muñecos” han cortado los hilos y caminan solos porque piensan por sí mismos.
Las crisis no son tan malas como se predica de ellas. Pensadlo con detenimiento. Y, por cierto, el día 9 de junio de 2024 tenemos crisis (o sea, elecciones) europeas, una buena oportunidad para pensar con detenimiento a quién votar, porque, eso sí, hay que ejercer el derecho al voto puesto que, además, tenemos la obligación de hacerlo como ciudadanos que somos.
Lola Vacas