«La oración es el mejor arma que tenemos; es la llave que abre el corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús no solo con tus labios, sino con el corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón» (Padre Pio de Pietrelcina).
El año 2024 es el Año de la Oración, y a lo largo de estas breves palabras me gustaría hablarte sobre ello. En palabras del Papa Benedicto XVI la oración “es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas, un modo de estar frente a Dios (…)”. Orar es abrir y elevar nuestro corazón a Dios.
Incluso desde tiempos remotos, civilizaciones como la egipcia, griega y muchas otras, practicaban la oración. No hay prácticamente ninguna civilización en la historia que no haya tenido una dimensión religiosa, es decir, que no haya “creído” en un ser superior. Esto resalta el profundo anhelo humano de buscar y conectar con lo divino, con Dios.
Además, la oración saca a la luz, una dualidad en la persona que ora. Por una parte, la debilidad y necesidad humana de una ayuda proveniente del cielo, a veces reflejada en esa actitud de rodillas que adoptamos al orar. Y, por otro lado, la dignidad con la que Dios ha revestido al hombre de poder entrar en comunión con Él. Comunión que perdemos en el momento en el que nos encontramos con la mancha del pecado, pues perdemos nuestra semejanza con Él – aunque seguimos siendo imagen de Dios –.
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre» (Mt. 7, 7-8).
Y es que a veces surge la duda de cómo puedo hacer oración. Entre otras vías, existe la meditación. Meditación entendida como oración mental, en el que ponemos de manifiesto todos aquellos momentos en los que hemos sido conscientes de haber sentido a Dios en ese momento, o no hemos sido conscientes de Su presencia, pero el contexto ha sido positivo.
En otras palabras, llevar de la cabeza al corazón, todos aquellos buenos momentos que hemos tenido, a fin de custodiarlos y no olvidarlos, para que, cuando sintamos ese “frío espiritual” y no sintamos a Dios cerca, nos acordemos que Dios siempre ha estado, está y estará ahí, aunque por momentos nos parezca misterioso o inalcanzable. Pues todos hemos tenido momentos de buenas noticias, como por ejemplo una llamada por una oferta de trabajo, y en la que seguro no nos hemos parado a pensar: ¿Qué quiere el Señor de mi en este lugar? Pues podrías haber recibido esa llamada de otro lugar.
Pequeños detalles, que debemos meditar o, en palabras de San Agustín “rumiar” – San Agustín comparaba la meditación con la digestión del alimento – a fin de saber qué quiere el Señor de nosotros. Pues no olvidemos que Dios, camina junto a nosotros, día a día.
Otra vía para poder hacer oración es la lectura espiritual, la cual nos ayudará entre otros aspectos, “de alimento para el espíritu, conocimiento de Dios y diálogo con Él” (Papa Benedicto XVI). Ello sumado, a tratar de favorecer un ambiente de recogimiento y silencio, pues Dios nos habla en el silencio y debemos aprender a saber escucharle con paciencia (Salmo 37, 7).
Y todo esto que te escribo, es la teoría. Pues la práctica no es tarea fácil, y por ello te invito, al igual que cuando oramos, dirigimos nuestro corazón a Dios, a dirigirlo también a la Virgen María, quien creyó, se abandonó y trabajó toda su vida para hacer cumplir la voluntad de Dios. Y quien mejor que ella, para que nos enseñe a orar, nos enseñe a saber escuchar qué quiere Dios de nosotros, y así poder ser instrumentos de Su voluntad y Su obra.
«Por la mañana, Señor, escuchas mi clamor; por la mañana te presento mis ruegos, y quedo a la espera de tu respuesta» (Salmo 5, 3).
No quisiera terminar estas breves palabras sin proponerte tres pequeñas cosas: guardar momentos en el día para Dios; agradecimiento; y mirada al prójimo en la oración. La más importante es que busques un momento en el día, por pequeño que sea y se lo regales a Dios, haciendo oración. Ligado a ello: agradecimiento.
Agradecerle al Señor por todos esos pequeños momentos en los está contigo a lo largo del día, ya sea desde ese mensaje de una persona cercana, preguntándote que tal estás, hasta el regalo de poder tener un plato de comida en la mesa. Y sí, pidámosle al Padre, pero no nos olvidemos de darle las gracias. Y al hilo de pedir, pidámosle mirando al prójimo. Por aquel que más lo necesita o peor nos cae.
¡Rezo por ti!
Alberto Ramiro de la Vega
IG: @albertoramirov