Casi todos los padres hemos pasado por la angustia de perder algún hijo pequeño por la calle durante unos minutos. Para el niño también es un trauma. Todo lo que le parecía divertido, atractivo y favorable cuando caminaba de la mano de su padre se torna amenazante, agresivo y contrario cuando se encuentra solo y perdido: el mundo se le hace extraño y las cosas y personas se transforman en sospechosos peligros.
La humanidad tiene conciencia de haber vivido esta experiencia. En muchas tradiciones sapienciales existe la memoria de que el ser humano había sido más de lo que es, pero en algún momento de su historia se rebeló contra la verdad. En la tradición católica, esto se expresa con el relato de Adán y Eva. Estaban radicados en el Amor (según preciosa expresión de Juan Pablo II), pero se introdujo en ellos la sospecha y se soltaron de la mano de Dios, queriendo decidir ellos lo que era bueno y lo que era malo, como si se hubieran creado a sí mismos. Desde ese mismo momento, el mundo se les hizo hostil, e incluso su cuerpo se les hizo extraño, tanto que tuvieron que cubrirlo.
Probablemente, ha sido esta experiencia de la humanidad en sus orígenes la que ha inspirado el mensaje principal de Dignitas Infinita, la Declaración sobre la dignidad humana que aprobó y ordenó publicar el Papa Francisco, con fecha 2 de abril de 2024.
La idea fuerza de esta declaración es la siguiente: la libertad humana necesita a su vez ser liberada. La libertad de ese niño que se ha soltado de la mano de su padre necesita del cariño, la ternura y el amor solícito de quien le quiere y procura su bien. “Desvinculada de su Creador, nuestra libertad solo puede debilitarse y oscurecerse”. Por desgracia, lo estamos comprobando: cuanto más la humanidad se aleja de Dios, del verdadero Dios-amor, más y mayor daño se inflige a sí misma.
La Declaración distingue hasta cuatro nociones de dignidad: la dignidad ontológica, que tenemos todos por el hecho de ser personas, inviolable e intangible, que nunca, ni el más monstruoso de los seres humanos, puede perder; la dignidad moral, que perdemos cuando operamos e infligimos el mal a los demás; la dignidad social, que, por desgracia, muchos, que no alcanzan a vivir en las mínimas condiciones que exige la dignidad ontológica, no pueden disfrutar aún teniendo derecho a ello y la dignidad existencial, que remite a esas personas que consideran su propia vida indigna, por experimentar situaciones vitales muy difíciles de soportar, como graves enfermedades, adicciones patológicas o entornos de violencia y abuso inhumanos.
La Declaración invita a luchar para superar las tres últimas indignidades precisamente por razón de la primera. La dignidad inherente a todo ser humano ha de movernos a luchar por conseguir que tenga una vida digna de su altísimo valor, y el Papa Francisco nos indica el camino que mostró Cristo al devolver la dignidad a los ‘descartados’ de su tiempo -mujeres, recaudadores, leprosos, enfermos, viudas, extranjeros-, a quienes sanó, alimentó, defendió, liberó y salvó. A todos preservó la vida y la dignidad.
“La dignidad humana no puede basarse en estándares meramente individuales ni identificarse únicamente con el bienestar psicofísico del individuo”, lo que generaría una multiplicación arbitraria de nuevos derechos humanos, afirma la Declaración.
La libertad humana tampoco puede ser omnímoda, libre de cualquier condicionamiento, pues, como ha afirmado el Papa, “unos son más libres que otros”, y una exclusiva dinámica de libertad de mercado y eficiencia no deja lugar para aquellos que nacen en condiciones de inferioridad, reduciendo la fraternidad a una expresión romántica más.
Sobre estas bases, y muchas otras, la Declaración alerta sobre las siguientes catorce violaciones de la dignidad humana: la pobreza, la guerra, el trabajo de los emigrantes, la trata de personas, los abusos sexuales, la violencia contra las mujeres, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia, el suicidio asistido, el descarte de personas con discapacidad, la teoría de género, el cambio de sexo sin anomalías genitales previas, la violencia digital.
Un buen documento para reflexionar. Mi ingenua propuesta: volver a agarrase con fuerza de la mano de Dios para no soltarse nunca más. Y hoy es un buen día para hacerlo.