A veces en la vida hay momentos que claramente suponen un cambio de rumbo radical. Yo he vivido un par de esos puntos de inflexión. El que quiero contaros ocurrió unos días después de que me diagnosticaran la ELA.
Estaba en la oficina aguantando el tipo pero hecha trizas por dentro y llorando sin parar aunque sin lágrimas en ese momento. Fui al baño temblándome las piernas para desahogarme un poco. Me estaba secando la cara, creo recordar, y entonces sufrí un pequeño desvanecimiento en el que tuve una visión. Fueron segundos.
Me vi a mi misma cayendo en una tumba y personas grises alargaban sus brazos desde más allá del fondo para atraparme y llevarme a donde estaban ellos.
Al reponerme, muerta de miedo, hice una oración que surgió del fondo del alma: «Señor, dame tiempo para reconciliarme contigo y conmigo misma»
De ese momento ha nacido todo lo que vivo y hay en mi corazón hoy.
Unos días después, rezando, abrí la Biblia al azar y me encontré con Ezequías, en Isaías 38 (también puedes leer su historia en los segundos libros de Reyes y Crónicas).
Ezequías es uno de los reyes de la estirpe de David que fueron buenos a los ojos de Dios. Él cayó mortalmente enfermo, como yo, y lloró amargamente, como yo. Pidió ser curado -yo me conformaba con tiempo-, y le fue concedido lo que pedía, como a mí.
Una vez curado, Ezequías compone un poema en el que dice:
El Señor está cerca de los suyos: ¡Señor, en ti espera mi corazón!, que se reanime mi espíritu. Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espalda a todos mis pecados.
Sentí al leer está parte que Ezequías había tenido la misma visión que yo. Porque yo también veo que Jesús me detuvo en esa tumba y volvió la espalda a todos mis pecados en el Sacramento de la confesión.
A Ezequías, Dios le concedió quince años más de vida, yo voy ya por catorce. Realmente me siento muy cercana a este rey de Judá aunque no todo es similar en nuestras vidas. Él, antes de caer enfermo, había sido un rey justo que hacía lo que agrada a Dios; yo, sin embargo, poco tenía de lo que sentirme orgullosa. Pero sobre todo nuestro final puede ser muy diferente.
Ezequías se alegró tanto de su curación que mostró todos sus tesoros a sus enemigos; me da la impresión que lleno de vanidad y haciéndose artífice de los dones de Dios. Por supuesto, esto enojó a Dios, que hizo saber a Ezequías por medio del profeta que destruiría el reino en las siguientes generaciones. Lo que menos me gusta de él es que ante la profecía se quedó tan tranquilo porque la destrucción del reino no sería durante su reinado. Ande yo caliente, ríase la gente.
Yo espero no patinar tanto y llegar al final haciendo siempre lo que agrada a Dios; lucho mucho contra la tentación de la vanidad y de apropiarme de los dones de Dios. Y quizá reciba algo más que quince años. Quién sabe.