Llevo tiempo pensando en la Misericordia de Dios, la soledad y la esperanza.
No parece que tengan que ver ellas tres, pero sí tienen. Me explico.
La soledad no elegida, el sentirse solo y desamparado, es un mal de nuestro tiempo. Corremos mucho y dejamos a la gente atrás. No nos abrimos a nuevas amistades, ni nos interesan los vecinos, ni las cosas que les pasan. Hay gente que vive y muere en soledad sin que se dé cuenta nadie.
Ante esto caben varias posturas: seguir como estamos, mirando sin ver o sin querer ver, o pararnos a mirar, escuchar y acompañar.
La esperanza y la soledad a largo plazo se llevan mal. Si no nos sabemos queridos, hay pocas razones para seguir adelante, perdemos la esperanza en el futuro inmediato y en el futuro en sí mismo. La sociedad, además, no ayuda. Los mensajes que nos mandan desde redes sociales, telediarios y periódicos son desalentadores: Zoraya ter Beek, de 28 años, quiere la eutanasia por el sufrimiento que le genera su enfermedad mental; dice que no aguanta más. El novio le apoya, el sistema sanitario le apoya(¡!) y la sociedad aplaude, porque si realmente es lo que quiere… Sin saber nada del tema, yo creo que lo que esta chica está pidiendo es que le ayuden a vivir con todo lo que tiene, pero se ha dado cuenta de que nadie quiere ayudarla a vivir, prefieren ayudarla a morir, incluso su novio, que permanecerá a su lado hasta su último suspiro. Ella ha vislumbrado la falta de amor que le rodea y se ha deseperanzado: ha perdido la esperanza.
Y ahí entra Dios y su Misericordia. La esperanza se salva por el amor y Dios nos ama de forma tan inmensa que para salvarnos de nuestro desastre y poder redimirnos nos mandó a su Hijo, que se hizo uno de nosotros, murió en la Cruz por nuestros pecados y resucitó. Jesús está vivo hoy y ese es el motivo de nuestra esperanza aún sin que nadie nos quiera. (Cosa que no está bien porque todos somos dignos de ser amados por quienes somos, no según las enfermedades o no que tenemos).
Por eso, porque Cristo está vivo hoy y ahora y nos ama desde toda la eternidad, nosotros deberíamos siempre tener la mirada en el cielo, el corazón lleno de Él y la esperanza puesta en su promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». San Mateo (28,16-20).
Y se me hace imperioso hacer llegar este mensaje a los solos y desamparados. ¡No estás solo! ¡Dios te ama con locura! Y ellos me responderán: ya, ya, obras son amores y no buenas razones… Así que nos corresponde a nosotros, los cristianos, dar a conocer a Cristo vivo. ¿Cómo? Con el ejemplo, con el amor, con los voluntariados. Que puedan decir de nosotros ¡Mirad cómo se aman! Intentando llegar con nuestro amor a aquellos que han perdido la esperanza de ser amados y demostrarles que Cristo está Vivo, que su Misericordia les abraza y que siempre hay esperanza para los que aman a Dios.
¡Feliz Pascua a todos!