Típico señor que toca el acordeón en la terraza de un bar o en un parque, intentando conseguir algo de dinero. No a todo el mundo se le da bien la música, y me contaron que un día sucedió esto: en este caso no se le daba bien la música. La cosa sonaba bastante mal y un cliente del bar, molesto, se le acercó y le ofreció cinco euros a cambio de que dejara de tocar.
Podríamos pensar, perfecto: todos contentos, el músico obtiene el dinero y deja tranquila a la otra persona. Por suerte, aún nos parece chocante que pueda suceder algo tan poco humano… Pero muchas veces nosotros también actuamos así con los demás, sean pobres de la calle o gente de nuestro ambiente, incluso amigos. ¿Qué es más fácil, dar cinco euros o aguantar toda la canción? ¿Cómo estoy más cómodo, dándole el chocolate a mi hermanito o explicándole que no puede comer antes de la cena? ¿Decir que no sabes qué entra en el examen o intentar buscarlo y dar una respuesta? Esto no es nada nuevo, es consecuencia de buscar lo más fácil, lo cómodo, hasta olvidarse de los demás…
Olvidarse, precisamente, de lo que constituye la razón de nuestro existir. Hemos nacido para ser felices y solo hay una forma de conseguirlo. Es fuerte que la pereza, la comodidad… que en comparación no valen nada, nos impidan ver lo bonito que significa poder empatizar con otra persona, poder ponernos en su piel. Esto no es algo que «tengamos que hacer» para ser felices, es una realidad que cautiva. Impresiona ver esta actitud en los demás, esta capacidad de darse, de hacer sonreír y crecer a otras personas… Los cristianos tenemos el gran ejemplo, Jesús, que nos muestra el camino que nos lleva al cielo, y nos anima a llevar a los demás con nosotros.
Dar cinco euros es una carga para poder seguir tomando café tranquilo; ahora bien, felicitar al músico, sonreírle y darle una propinilla es algo totalmente diferente. Mirar al otro y hacerle feliz es el mayor regalo que podemos hacer, la mejor experiencia que podamos vivir.