En la sesión anterior veíamos como el amor fiel y compasivo de Dios no es un amor puramente sentimental sino una amor activo, operativo, un amor que lleva a Jesucristo a entregar su vida para salvarnos, para librarnos del pecado. Eso es la Redención, el primer fruto de la misericordia.
La Redención es ante todo una acto de Amor, también una acto de justicia, pero ante todo un acto de amor, es el AMOR lo que lleva a Cristo a la Cruz. Lo dice el mismo Jesús en el evangelio : “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. El amor es la mejor clave, el mejor enfoque para comprender lo que Dios hace; precisamente porque Dios es amor y todo lo que hace, lo hace por amor.
Y la Redención es también un acto de justicia porque al redimirnos, Dios no ignora nuestro pecado sino que sana y repara nuestro pecado. Por medio de la Redención, Cristo paga la deuda y repara el daño que el pecado nos causó. Podemos decir que la redención es un rescate por intercambio donde Jesucristo se cambia por nosotros, asume nuestro pecado y la muerte que nos acarreaba el pecado. Y lo hace precisamente para rescatarnos, para librarnos del pecado y de la muerte eterna, (que es consecuencia del pecado).
Es el pecado el que introduce el dolor y la muerte en nuestras vidas, y precisamente por medio del dolor y la muerte Cristo nos redime. Cristo ofrece su vida en la cruz para salvarnos y la Resurrección es la victoria definitiva sobre la muerte y por tanto la victoria definitiva sobre el pecado y el diablo.
La Redención es también una nueva vida, un nuevo Don, el don del Espíritu Santo. Con su muerte Cristo nos libera del pecado, con la Resurrección nos regenera, haciéndonos Hijos de Dios y capacitándonos para vivir como Hijos de Dios.
El otro fruto de la Misericordia es la conversión. La conversión no es algo que hace el hombre con sus propias fuerzas. Recordemos que el pecado nos hacia esclavos del pecado y me incapacita para volver a Dios por mí mismo. La Conversión es algo que Dios hace en mí, pero exige y necesita de mi aceptación y colaboración. La conversión es como una moneda, con dos caras inseparables : El arrepentimiento (es decir rechazar el pecado) y el propósito de enmienda (es decir la firme intención de volver a la comunión de amor con Dios)
La conversión es posible porque Dios me ama, porque yo descubro que a pesar de mi pecado Dios me sigue amando; y me llama, de nuevo, a la comunión de amor con El. Es Dios, el amor de Dios, el que despierta y hace posible la conversión humana. Descubrir ese amor, que es más grande que mi pecado, es lo que me permite confiar en Dios. Confiar que Dios me llama y que me perdonará si decido volver a El. Esa es la experiencia de Pedro con la mirada de Cristo. Pedro ha negado a Jesús, Jesús dirige su mirada a Pedro, una mirada que no acusa, que no condena, una mirada que es amor y misericordia. Pedro por medio de esa mirada se sabe amado y ahí encuentra la gracia para convertirse y confiar en Jesús.
En definitiva la misericordia no viene a sustituir a la conversión, no vale decir como Dios es misericordioso no hace falta que yo me convierta. Sino todo lo contrario la misericordia activa, pone en marcha y hace posible mi conversión. Somos capaces de convertirnos precisamente porque hemos descubierto y conocido el amor misericordioso de Dios. La conversión humana es por tanto fruto, el segundo fruto, de la misericordia divina.