Jesús llevaba horas clavado en la Cruz y aquellas pésimas condiciones por las que estaba pasando le llevaron a la deshidratación. Apenas tenía voz en su garganta cuando se atreve a pedir algo que calme su sed. Pero no solo era la sed física la que lo atormentaba, sino otra que todavía lo mantiene seco: la pasividad de tantos que lo observan ante ese acontecimiento salvador, y la injusticia del mundo.
El que se proclamaba como el agua que calmaba la sed para siempre ahora pide de beber. A veces nos conformamos con ofrecerle a Dios agrias «esponjas-corazones» empapados en vinagre que no hacen caso del amor de Dios, y por eso nos pide desde la Cruz que no pasemos indiferentes ante ese sacrificio de amor por el cual se entregó una vez para siempre por la salvación del mundo entero.
Jesús quiere que seamos conscientes de aquel calvario y le acerquemos algo húmedo, a través de actos de amor y misericordia, a sus labios para que así pueda Él también concedernos de esa agua verdadera que nos ayudará a no desfallecer en el caminar, y que tendremos que compartir con los demás apostando por la verdadera Justicia que calme la sed de este mundo que intentamos cambiar.
Antonio Guerrero